El invierno en Lisboa, de Muñoz Molina

En el libro "La novelística de Antonio Muñoz Molina: sociedad civil y literatura lúdica", escrito por Salvador A. Oropesa y editado por la Universidad de Jaén, encontramos estos párrafos ( páginas 61 y 62):

"Lawrence Rich afirma que " [El invierno en Lisboa] is Muñoz Molina´s first full-length exercise in intertextualizing the popular" y la califica como homenaje a Raymond Chandler y a Alfred Hitchcock. Para Rich contiene todos los elementos de la novela negra, como los paisajes urbanos, la lucha por la posesión de un objeto valioso, artístico, que es hasta cierto punto una entelequia, como en The Maltese Falcon de Dashiell Hammett( en este caso un cuadro de Cezanne). Está también el hotel ruinoso, las calles frías y lluviosas y la femme fatale."

"En realidad, es difícil de entender por qué Muñoz Molina ha dicho que no se trata de una novela negra, porque indiscutiblemente lo es."


Juan Madrid: Tánger

Esta es una de las dos citas que anteceden a la novela: " Todos los fascismos están alimentados por el miedo a los pobres y a la revolución. Y, sobre todo, por la irracionalidad, los nacionalismos, el fanatismo y la miseria sexual y moral." Se las escuchó decir Juan Madrid a su propio padre. Este escritor crea personajes y situaciones creíbles, algo que escasea, dentro y fuera de la novela negra. Hay una influencia clara en su escritura: Pío Baroja. Algunos dicen que también está detrás Ignacio Aldecoa. Juan Madrid sabe de lo que habla, a diferencia de otros autores que sólo imaginan. No se documenta para una novela: lo documenta su propia vida, sus inquietudes, sus motivaciones personales: de ahí salen sus novelas. Es uno de los últimos escritores comunistas -admira a Dashiell Hammett, también comunista, que es su tercera y también muy clara influencia- y por eso Tánger empieza con una manifestación de neonazis por los alrededores de la Casa de Campo, en Madrid. Admiro a su personaje Toni Romano, que hasta ahora ha protagonizado seis de sus novelas, porque es un personaje de novela negra española, creíble y próximo. Lo mismo ocurre con el protagonista de Tánger, un joven marroquí, y con su socio, un ex boxeador, metidos a cobrar deudas pendientes. Madrid no malgasta una sola palabra: descripciones concretas y definitorias, narración ágil y con pocos adjetivos, y un estilo muy personal -muy Barojiano-, con un tono cercano a lo coloquial que parece hablarle a media voz al lector, un voz amiga, sin estridencias, que cuenta y dice lo que sabe y conoce y no falsea, no añade hipérboles ni suspenses innecesarios porque cuando se domina lo que se narra, cuando se está seguro de que lo que se está narrando vale la pena no hay que irse por las ramas. ¿Sirve decir que hay novelistas de la experiencia? Juan Madrid es uno de ellos. Sincero y con unas historias que nos cuentan la verdad de nuestro mundo, el cercano, el de la esquina y dos esquinas más allá. Un novelista forjado en las lecturas de los clásicos estadounidenses pero que habla profundamente de cuanto ven sus ojos despiertos, y no sólo de lo que ve su mente.

Jonathan Valin: La calera (y 2 )

En 1980, cuando se publicó esta novela, Alejandro Amenábar no había rodado aún "Tesis", no se hablaba de películas snuff. No se había rodado tampoco "Asesinato en 8 mm." Pero esas dos películas están en La calera, aunque no sé si habrá sido ésta una decisiva influencia para los guionistas. Hay épocas en que ciertos temas nos preocupan y ocupan, rondan por nuestras mentes y los periódicos les dedican titulares, artículos, y ciertos programas de televisión los abordan, los filman, los muestran, de manera cruda o suavizada, depende de a qué hora se vayan a emitir, de a quién estén destinados. En esta novela hay mucha novela negra, de la de verdad: la que profundiza e hiere, la que destapa y llama por su nombre a la corrupción, los abusos a menores, la violencia, el asesinato. Es una obra emblemática, un paso más en la senda que empezaron a transitar Hammet, Chandler y Macdonald, los tres grandes. Valin buceó en su década y sacó a la luz la podredumbre que encontró, la expuso para que la conociéramos, llamó suciedad a lo que es suciedad y se anticipó a momentos como los vividos en España con el Caso Alcasser. Valiéndose de un detective privado, que a nadie se debe, que no tiene presiones por arriba - como sí tiene un policía-, nos mueve por un escenario de pesadilla pero tan real que asusta, que encoge el ánimo: las últimas treinta páginas de la novela se leen con un nudo en la garganta, porque el lector se sorprende pero también reconoce: los datos están ahí, los delitos, la manipulación, la crueldad. Vemos a niños indefensos pero -Valin es un escritor completo- también a adultos que los explotan y dan sus razones -¿qué puede haber más importante que el dinero, si hablamos de un mundo salvaje, depredador?-, se mueven como personajes y no como muñecos a los que se viste y se les da alegremente un monolítico papel de villanos. Vemos que hay corrupción y vemos un final en que se destapa cuanto se tapaba porque un solo hombre ha expuesto su vida -un individuo solo pero no individualista, pues actúa no en propio beneficio, sino como prolongación de los brazos y los deseos de otros- para llegar a un lugar sin vuelta atrás, a un punto en el que ya no es posible hacer la vista gorda, mirar para otro lado, eludir responsabilidades: todo está oculto, disimulado, pero si alguien lo muestra -como ocurre en los casos de corrupción política- ya no queda otra solución que empezar a acusar, a señalar con el dedo, a responsabilizar. Pequeños terremotos que dan la vuelta a la superficie, duran unos instantes y luego todo sigue igual, no nos engañemos, amigos. La diferencia, la cualidad que añade y distingue a Jonathan Valin es la piedad. Ajeno al maniqueísmo, a la fácil mostración de lo podrido, este autor no se olvida de que todos los personajes, buenos y malos, están hechos de la misma pasta. A unos ganas dan de escupirles y otros nos emocionan, pero todos están tratados de una manera inteligente. Un gran novelista puede mirar al mundo y señalar sus maldades, pero si lo hace con piedad puede llegar a escribir además una obra maestra. Dentro del mundo de la novela negra, La Calera, de Jonathan Valin es, sin duda, algo muy cercano a una obra maestra.


piedad

Jonathan Valin. La calera

Hay conversaciones que estremecen. Cuando habla con una chica liberada de las garras de una pareja que la prostituía, oye el detective preguntar a la joven de dieciséis años qué pasará ahora. Stoner le dice que podrá hacer vida normal. Ella, la vida normal que ha llevado ha sido la de la prostitución. Pero contesta que no lo pasaba mal: de todas formas, desde los trece años -antes de que la forzaran a hacerlo- ha estado con hombres, no sabemos si porque la obligaba su padre o con otras personas. Stoner le dice que en los colegios hay muchos chicos de su edad, se divertirá volviendo a esa vida normal de chica de dieciséis años. Contesta ella que no lo cree, porque los chicos serán de su edad, pero no han vivido lo suficiente, no como ella . Y concluye que podrá consolarse enseñándoles. Narra Stoner: " Ella era mayor que los otros y, en unos cuantos años, esos hermosos ojos verdes se convertirían en activos depredadores verdes en un mundo depredatorio." 

Antonio Muñoz Molina

Hubo una época en que queríamos ser Antonio Muñoz Molina. No como él, sino él. Le habíamos conocido en unas jornadas literarias desarrolladas en Almería y su carácter, su bonhomía, su cercano parecer y sus comentarios nos deslumbraron, nos pusieron en la senda de sus seguidores más fieles. Le vimos otra vez -mi amigo Juan Herrezuelo y yo-, en Granada, y nos invitó a comer. Eramos dos jóvenes con una mano delante y otra detrás -como decía Herrezuelo-, temerosos de hallarnos en una situación a la que sólo pudiéramos responder con evasivas y excusas: pero Antonio -así le llamábamos entonces- ni siquiera dudó. Pagó con su tarjeta y todos nuestros miedos -y nuestros temores a hacer el ridículo- se disiparon. Menudo alivio. La comida tuvo lugar en un restaurante cercano al Hotel Victoria, hoy restaurado, y muchas veces, andando por aquella acera, recuerdo y me digo que nunca sentimos tanta admiración por nadie a quien hubiéramos llegado a conocer en persona, ni antes ni después. En un programa de radio plasmamos esa devoción y se lo dedicamos a Antonio: lo emitió Radiocadena Española. Otros tiempos, sí. Me comenta Emilio, de la Librería Atlas, en Granada, que pasaba a menudo por allí a comprar libros y, en una ocasión, una colección de comics: Spirit. ¿Para él o para su hijos? No lo sabemos. También Antonio padecía de ciertas nostalgias. Seguro que Herrezuelo y yo daríamos algo importante de lo que poseemos -si es que hay algo valioso y algo digno de ser ofrecido a los dioses del tiempo, pongamos por caso- por volver unos minutos a aquella edad y a una de las charlas que mantuvimos con quien luego fue Premio Nacional de Literatura. El invierno en Lisboa era nuestro libro de cabecera, el que aparecía en cualquier charla, con aficionados a la literatura y con quienes no habían leído nunca, si nos lo permitían. Así se forja una identidad, me digo ahora.


Foto: Ideal

Diario de un cineasta indignado ( 1 )

Me indigna que se masacren las películas con cortes de veinte minutos. Me indigna que se corten los títulos de crédito finales: como si le cortaras la firma a un cuadro y lo expusieras en un 90% solamente. Me indigna que los comentaristas de televisión de los periódicos no se estretengan comentando lo bueno y gasten papel comentando las chorradas de los programas basura. Me indigna que los trailers de muchas películas cuenten casi todo el argumento: como si la emoción sólo residiera luego, al verla, en ir encajando las escenas del propio trailer. Me indigna que en los canales de pago corten las series dos o tres veces para emitir autopublicidad: como si algunas series no fueran tan buenas como muchas películas. Me indigna que los canales pongan un logotipo de su marca y manchen la imagen: ¿ lo harían con un cuadro, en el Prado?: y sólo lo hacen en las películas: el logotipo desaparece al empezar los anuncios: ¿son los anunciantes los dueños de las cadenas de televisión? Me indigna que se gaste el dinero público en peliculitas de acción que por venir de los Estados Unidos llaman cine, cuando no son más que auténtica basura. Me indigna que no se indigne más gente, que se quejen tan poquitos, que no nos atrevamos a llamar basura a lo que es basura y arte a lo que es arte, como si el posmodernismo todo lo homogeneizara definitivamente y ya no hubiera lugar para la queja, la discusión, y sólo para programas como el de Garci, laudatorios de una película, y no para otros en que se debata de verdad sobre el cine. Me indigna que haya tanto lugar común cuando se habla de cine.

Homenaje a Félix Bayón


Que inesperadamente dejó de estar entre nosotros el día 16 de abril de 2006. En la revista La Gansterera publiqué la crítica a su libro "De un mal golpe", donde nacía un nuevo detective. Bayón estaba escribiendo la segunda novela dedicada a su personaje investigador. Ésta era mi crítica:

Se planteó Felix Bayón esta novela, en principio, como un juego solitario, pero su amigo Justo Navarro le animó a presentarla al publico. Hizo bien. Es una novela que se lee de un tirón - o de dos, según el tiempo de que dispongamos - y presenta su interés principalmente en el personaje narrador. Cuando se han leído muchas novelas policíacas uno anda ya un poco saturado de historias, ve venir las sorpresas y se huele qué se esconde detrás de lo que se nos va mostrando. La trama de esta novela, que nos muestra a un detective que ejerce sin licencia - fino humor español y a la vez complejo de inferioridad frente a los clásicos estadounidenses - nos lleva a Marbella, el lugar de la corrupción y de las inmobiliarias. Vemos a un personaje en el ayuntamiento, los bares y las calles de la ciudad, a un policía al que le duele ser policía, a una antigua luchadora roja que se mete en las vidas ajenas y a un antiguo periodista que sabe muy bien por dónde ir y venir. De poco nos informa la novela que no supiéramos ya, poco innova en su investigación ni en la mostración de los vericuetos de la misma, tampoco en su final, deudor de Chandler y también, sobre todo, de Vázquez Montalbán. Pero resulta interesante y útil porque nos encontramos a un personaje: y como es ésta la primera novela de una serie cabe felicitar a su autor porque en el primer intento ha dado en el centro de la diana. Descreído, algo mayor, solo, con un humor cercano y con la compasión que definen a los mejores investigadores del género, Luis León es alguien a quien merece la pena conocer, oír, recordar. No estamos ante una novela que denuncia, aunque sí levanta acta. Y estamos ante un personaje que nos hace recordar tiempos mejores, luchas mejores, sentimientos mejores. No hace falta imaginar mucho para darse cuenta de que detrás de León está el propio autor de la novela, que hace su primera incursión en el género negro.Periodista que trabajó en El País, Bayón tiene muchas historias que contarnos y aprovecha su oficio para recorrer los ambientes y darnos las informaciones que un periodista maneja habitualmente. En una conversación con un antiguo amigo del protagonista, que aún ejerce, desgrana Bayón las lamentaciones del que ha pasado mucho tiempo en un oficio que se está volviendo light, porque llevado por el signo de los tiempos se ha vuelto no un oficio sino un trabajo algo que se desempeña para cobrar y sobrevivir, sin que reporte grandes alicientes, sino más bien miedos: a que los recién salidos de la Facultad vengan y te quiten el puesto porque cobran mucho menos y están sobradamente preparados para el trabajo rutinario, funcionarial, entregado, servicial. Y ahí es donde creo que se focaliza el interés de la novela - y del personaje, insisto - porque para hacer la crónica de un tiempo y de un país se necesitan años, experiencia, mirada y pasión - aunque sean restos de una antigua pasión por descubrir, por participar, por ser, sencillamente-. Después de tantas novelas negras dadas al enigma gratuito, al crimen porque sí, a la investigación en el vacío de un mundo irreal, prefiero a los escritores que no necesitan un muerto en cada capítulo, veinte disparos cada treinta páginas - lo que les ocurre a la mayoría de los best sellers negros escritos por autores estadounidenses actuales- y confunden la necesidad de entretenimiento con la pura acción más adecuada a la novela de aventuras El crimen, como bien nos dice Bayón, es una excusa para darnos una atmósfera, para hablarnos de un lugar y unas personas, para conocer mejor o de otra manera nuestro presente. Incluso el final de esta novela es emblemático: y como tiene mucho interés no voy a desvelarlo, que ésa - no reniego, no me interpretéis mal - es otra virtud de la narrativa que más nos interesa: que hasta el final nos mantenga en vilo. Espero la segunda salida de León.


Foto: El Correo de Andalucía

John Connolly: El poder de las tinieblas ( y 5)


Los monstruos humanos. Los asesinos despiadados que cometen crímenes y no se arrepienten. Que matan y violan y ponen bombas y despellejan a sus víctimas y cenan luego tranquilamente. El protagonista de la novela, Bird, recuerda a su compañero de la policía, con un instinto inigualable para detectar el mal. Y nos explica que su instinto se basaba en detectar el mal ajeno pero en no profundizar en sí mismo para no llegar al punto en que detectase el mal propio, que lo apartase de su senda de rectitud moral. Bird sí lo ha hecho y luego se ha enfrentado a gente que hacía el mal - lo que él consideraba mal - y la ha combatido utilizando también el mal. Pero Bird es consciente de que ha hecho el mal igualmente, no se engaña; ha accedido a su lado oscuro y con la fuerza de ese lado oscuro ha matado. Concluye su meditación diciendo que continúa con su vida, consciente de cada paso que ha dado, y lamenta que su antiguo compañero no haya profundizado más en sí mismo, no sepa que alberga también algunas dosis de mal. ¿Es eso el develamiento del mal? ¿Quitar capas y vernos a nosotros mismos? ¿Qué es el sentimiento de culpa? ¿No la tiene un asesino múltiple? ¿O es que ha evolucionado o involucionado hasta tal punto que convive consigo mismo y no tiene remordimientos? ¿Llegar al fondo de uno mismo es abrirle la puerta al mal que guardamos en nuestro interior? En esta novela se nos habla de cómo los malos tratos de una madre, los abusos con su hijo, los castigos y la violencia siembran en el niño lo que luego, en la edad adulta, explotará como un tumor y manchará de pus, dolor y muerte a todo aquel que esté cerca.

John Connolly: El poder de las tinieblas ( 4 )


Conviven con nosotros, llenan nuestras vidas el dolor y el amor. El poder de la tinieblas y el poder del amor. A veces nos cuesta pensar que un hombre pueda volver a casa después de haber matado a otro y besar a su mujer con dulzura, arropar a sus hijos en la cama, hablar por teléfono con su madre que está lejos y le añora. Pensamos que el mal llena el alma y le impide tener bien dentro. Pero a veces es bueno dejar de pensar con la cabeza y hacerlo con alguna víscera sana. Puede un hombre matar a otro y volver a su casa y olvidar y dejarse llevar por la ternura que encuentra entre quienes le quieren. El hombre olvida y sigue. Al protagonista de esta novela le ocurre que puede amar y después estar en una situación en la que tiene que matar. Por eso le dejó la mujer que estaba con él tras la muerte de su esposa. No podía comprender que la abandonara para ir a buscar a otros hombres que lo esperaban para matarlo y a los que tendría que responder con violencia y muerte. Ella, psicóloga, le amó y le estudió y decidió que esa violencia los separaba, que en él vencía el deseo de la venganza al deseo del amor. Y él está ahora solo. Se reencuentra con una mujer a la que quiso muchos años antes y sólo es capaz de oírla, de mirarla, de sentir la caricia de ella en su mano, pero no puede actuar, no puede moverse, no puede volver a amarla. La violencia sigue rondándole, y la culpa, y la rabia, y el dolor que no se espesa y no se enquista y no lo destruye de una vez ni se disipa ni se hace sólo el peso de un recuerdo. Él se ha quedado parado. Entre el amor y el dolor.


Foto John Connolly: Editorial

Forajidos, de Robert Siodmak


La gran potencia del cine clásico está en sus mitos, tanto los narrativos como aquellos que los encarnaron. Una película protagonizada por Burt Lancaster y Ava Gardner ya invita a sentarse y verla con los sentidos alerta. En esta cinta, como en muchas otras del género negro de los años cuarenta y cincuenta, la mala es ella. Perdón, Ella. Como si reviviéramos el mito de Sansón y Dalila, una vez más tenemos a un hombrón fracasado, con presente y pasado turbios, que pierde la cabeza por una mujer de dudosa reputación y peores intenciones. Que estas malas han de ser también bellas para tapar lo que de siniestro alberga su alma es un cliché, una obligación. O acaso una razón: son hermosas y, como se saben superiores a cualquier hombre, se vuelven malas. La fama, el éxito, nos endurecen y envilecen, nos vuelven egoístas y despóticos. Está por escribirse una novela negra que actualice estas historias y nos dé la contracara: el hombre pérfido y malvado que, con cara de bueno, engaña, manipula y arrastra a una mujer tras sí sólo con mirarla y hacerle mudas promesas con los ojos entornados. Ava Gardner, en un final que yo no sé si estará en el relato de Hemingway que sirve de inspiración a esta película, se echa al suelo y le suplica a uno de los hombres a los que ha engañado, manipulado, e intenta hacerle confesar que es buena, inocente, que la deje fuera de todas las manipulaciones y falsedades ante los ojos y oídos de la ley. Pero no lo consigue. Forajidos, como la mayor parte del buen cine negro, es un tratado sobre las pasiones del alma.

John Connolly: El poder de las tinieblas ( 3)

Huyo de los best sellers. Sólo he admirado a un escritor de best sellers: Lawrence Sanders. Creo que Connolly puede ser un autor de best sellers: sus historias pueden atrapar a muchísimos lectores. ¿Es Javier Marías un autor de best sellers? Está claro que no, pero vende muchísimo. Os hablaba del pasado y su uso literario. No del pasado mostrado como si fuera un curriculum vitae, sino del pasado caracterizador, del pasado que marca y define - cuánto cine negro y novela negra de los cuarenta y cincuenta tienen el pasado como base argumental, ¿verdad? -, el pasado que añade datos sustanciales. Si viniesen los extraterrestres - me hago esa pregunta de ciencia ficción a menudo, como ejercicio intelectual -, ¿qué obras necesitarían para saber de nosotros, que escritos, qué fotografías, qué películas? Opino que las que tratan de los problemas del hombre, las que ahondan en su cerebro y en su corazón, pero no de una forma notarial, analítica, sino de una forma algo más libre, contradictoria, con errores pero con la verdad por delante. ¿Les serviría Hannibal el Caníbal? Creo que no: es un producto cultural, etiquetable, razonado. A los extraterrestres les servirían más las historias que se explican menos, que dejan un lado oscuro sin develar, sin razonamientos. No hablo tampoco del asesino de la película Asesinato en 8 mm ( al que se enfrenta Nicolas Cage): en todo hay un componente social. Hablo del hombre que, como Parker, le reza a un muerto, es un lector inteligente, culto, pero es un policía, un borracho, un apático, un hombre que ama a su mujer pero discute enconadamente con ella, que sabe que no debe matar pero mata a un hombre, y después sigue su vida, defiende a los inocentes, a los débiles, sufre por su esposa muerta, recuerda cuando mató a aquel hombre y se aguanta, porque no puede cambiarlo, y reza por el alma de sus seres queridos. Ese hombre complejo, que no está visto en una sola perspectiva, sino en todas, con su pasado al completo y su presente que dinamiza cuanto lleva cargado en la conciencia, es el hombre que les interesaría conocer a los extraterrestres: porque es el hombre que más se acerca a la definición de hombre: un ser complejo, atormentado, con dudas y a la vez impetuoso, cobarde y violento, apasionado y frío, capaz de todo e inseguro como nadie.

Foto de John Connolly: Tejederas (El País) 

John Connolly: El poder de las tinieblas (2)

La novela negra está llena de pasado. La novela negra está llena de historias. La novela negra está llena de best sellers. Esas tres afirmaciones, junto a la necesaria calidad y pericia narrativa de los buenos autores, dan un resultado memorable. Connolly es un buen escritor, narra bien y sus novelas están llenas de pasado y de pequeñas historias que le evitan al lector hundirse en una sola trama, la obligación de seguir el curso de un único y alargado acontecimiento. En una película de José Luis Garci afirmaba un personaje que las grandes historias están llenas de pequeñas historias - la frase exacta seguro que la recuerda mejor mi amigo Juan Herrezuelo-: ésa es una enseñanza que nos da la literatura estadounidense. Connolly, sin llegar a la media altura de su novela, se para de repente - y de manera breve - para presentar a un nuevo personaje y nos muestra quién es y su relación con el protagonista. Son cinco o seis páginas tan sólo, pero poseen una intensidad más que meritoria: Parker conoció a una mujer casada, compañera de oficina, se interesó por ella, se lió con ella, lo dejaron, el marido - policía - le buscó y le dio una paliza en unos servicios. Casi un relato independiente, que podía haber escrito Carver, también Richard Ford. Algo de realismo sucio. Esa parada en el desarrollo principal de la novela es importante, muy importante: es una ventana abierta, un soplo de aire cuando se llevan leídas 175 páginas. Y no es que la historia canse ni aburra - todo lo contrario - sino que así hay una sensación de que es más abierta, real, más porosa, como la vida misma: en nuestra existencia ocurren asuntos de muchas importancia que están trufados de pequeñas anécdotas, pequeñas noticias, pequeños reencuentros. El conjunto es lo que hace creíble la historia principal. Las novelas largas necesitan esta variedad, estas pequeñas salidas del camino principal: en esto siempre vencerán - o se diferenciarán, al menos - del cine, que no puede permitirse las divagaciones, porque antes que nada hay que responder a un presupuesto cerrado. El poder de la novela es su libertad para crear, combinar géneros, llevar la historia por donde y como se quiera.

John Connolly: El poder de las tinieblas


Editada por Tusquets, es el segundo libro dedicado al detective Charlie " Bird " Parker. En la primera novela de la serie tuvo éste que buscar al asesino que dejó sin vida a su mujer y a su hija, de manera harto cruel y sanguinaria: arrancándoles la piel, que aparece en el regazo de ella. Bird deambula por el mundo sin norte una vez que encontró - y mató al asesino-. Acaban de darle, de hecho, la licencia para ejercer como detective: hasta ahora sólo era un ex policía y un ex borracho. Sé que este escritor ha publicado algún libro de relatos de terror, y de hecho en la primera novela hay una vidente anciana que no puede moverse de su cama pero sí ver al asesino libre y haciendo el mal, ese mal que hasta a ella la alcanza, porque el mal cuando campa suelto es sin duda difícil de parar. Y por eso me gusta especialmente que sea capaz Connolly de detenerse en las páginas 96-97 a hablarnos de la ropa de una mujer asesinada, se pregunte el detective - que la conocía - quién doblará esa ropa que ya no tocará más la muerta, quién la sostendrá con cuidado, quién sabrá cómo se desprendía la mujer el sujetador y caía una vez que quedaba liberado, quién tocará su barra de labios, verá las huellas de los dedos en el colorete, " desenredará cuidadosamente cada cabello de su cepillo como si al hacerlo pudiera empezar a reconstruirla de nuevo, trozo a trozo, átomo a átomo" Esa parada lírica, sentimental, que conmueve, enmarcada en el escenario del propio crimen, me reafirma en la vigencia de la novela negra, en su inexcusable presencia en nuestras vidas.

Miguel Ángel Muñoz: género sin género ( y 2)

El ejemplo de Muñoz Molina es válido: ha entrado en el terreno de la novela negra para hacerlo suyo, lo ha conquistado y lo ha transitado para contarnos historias que necesitaban un determinado tono, un determinado estilo. Pero sin olvidar la creación de personajes, la prosa bien escrita, los ambientes, las atmósferas, el lenguaje creativo. Si bajamos mucho el listón no estaremos haciendo mala novela negra, sino mala novela, nada menos. Miguel Ángel Muñoz ha imaginado una historia, ha elegido un contexto y una voz narradora que acerque esa historia al lector. Y no ha rebajado la intención creadora para ponerla al alcance del lector de género - cuánto se nota eso en la ciencia-ficción, género que también conozco -, no se ha rebajado. Creen algunos que porque hay ya autores de best sellers en español la literatura tiene más sentido o está salvada: más ventas, más posibilidad de que aparezcan nuevos escritores por los que apostar. Nada más falso: ya hubo un boom de la novela negra en los ochenta y no pasó de ahí. ¿Por qué, amigos? Se publicó mucho, se leyó, pero ¿qué obras maestras nos dieron esos años? ¿Qué obras maestras nos ha dado la novela negra española? ¿Qué autor de gran categoría nos ha dado el género en España? Veamos. Vázquez Montalbán, Juan Madrid, Andreu Martín, Eugenio Fuentes, González Ledesma podrían ser los candidatos. Pero ¿hay una novela que pueda ponerse a la altura de la mejor, Los mares del sur? ¿De cuándo es ésta? 1979. Ya ha llovido. Hay que ampliar metas, ser más exigentes, amar el género pero no considerar que vale cualquier cosa. Hoy Miguel Ángel Muñoz, que seguramente nunca escribirá una novela negra, me ha alegrado el día.

Miguel Ángel Muñoz: género sin género

En el libro de este escritor, de reciente publicación, titulado El síndrome Chéjov, hay un relato que da pie a este comentario sobre los géneros. Si la hubieras conocido sólo tiene cuatro páginas, una voz de un juez que narra y una muerta. Podemos imaginarnos que a la muerta la mataron. Que el juez sabe más de lo que demuestra saber. Y hay una casa por la que el juez camina, husmea, descubre y acaso reconoce. Yo prefiero -cada vez más- a los que saben sugerir que a los que lo muestran todo: vale que haya una Scarpetta, muchas ya cansan; vale que haya un asesino caníbal, muchos cansan. La novela policíaca es repetitiva, y por eso mismo a veces cansa. Mis mayores alegrías últimamente provienen de autores que visitan espontánea y fugazmente el género.
El relato que nos ocupa podría ser de género. Pero aquí hay además un buen escritor, hay párrafos largos y bien medidos y hay sugerencia, amigos, muchas cosas se sugieren en apenas seis párrafos. Brillante contención: detesto los best sellers porque suelen ser huecos, hinchados falsamente, estereotipados, como pagados a tanto la palabra. Reivindico a autores como Miguel Ángel Muñoz: su primer libro y ya da una lección.

Arthur Miller

Todo el mundo gana. Ése es el título de una película del año 1989 que acabo de ver. Guión escrito por Arthur Miller. La había programado para grabarla pero no he podido resistirme desde el momento en que he visto el nombre de este escritor en los títulos de crédito. Creo que sólo escribió dos guiones: éste y el de Vidas rebeldes. La película tiene un desarrollo detectivesco - sin un sólo tiro, eso sí, y sin concesiones gratuitas de ningún tipo - y fácil de seguir, con pocos personajes y un asesinato que no se ha aclarado como es debido. Para eso contratan al detective privado - Nick Nolte -, cuya misión es darle la vuelta al calcetín. Consigue enterarse de que el fiscal, la policía han hecho lo que han querido, han metido en la cárcel a quien les ha dado la gana -también en las novelas del ciclo Carvalho nos encontramos con casos parecidos a menudo- y tiene la posibilidad de ir contra ellos, sacar la verdad a a luz, lograr que ésta prevalezca. El detective está contra el sistema corrupto. De ahí que lo hayan buscado, hayan recurrido a él. Pero el detective no tiene poder, sólo el de la palabra, para movilizar a los testigos, a los declarantes, y aunque al final consigue que salga de la cárcel el inocente no obtiene el mayor premio: que triunfe la verdad. El fiscal, un juez, la mujer que lo contrató, un cura, los policías festejan al final que la nueva versión de los hechos los deja a todos felices, a todos ganadores, y lo celebran con una fiesta multitudinaria. El único que se va de ella es el detective. De esta manera ese gran escritor que era Arthur Miller nos plantea con una visión muy crítica pero muy realista cuál es el actual estado de las cosas en nuestra sociedad: ningún pez pequeño se come al grande, ningún investigador puede remover los cimientos, alterar el orden establecido. No hay héroes si los que están por encima no permiten que se les señale como héroes. No hay vencedores si los que están por encima no permiten que se les señale como vencedores. Ni tan siquiera como vencidos. Buscad esta película, amigos. Grabadla, guardadla, ponedla en el reproductor dentro de dos o tres años y echad la vista atrás, pensad en el futuro. Será como darse una ducha. Qué sucia corre el agua, ¿verdad?

El caso Galton ( y 2)

El pasado pesa en la memoria de los que no son felices de una manera brutal. Si eres un niño que crece con dudas, sin amor, deseas hallar otro camino, buscar un nuevo cauce para tu vida. A un caso en el que la verdad última es la que vale dedica Lew Archer sus horas, recibe una paliza, viaja de los Estados Unidos a Canadá, hace preguntas y más preguntas, va atando hilos sueltos para componer una madeja con sentido. El caso Galton es una pregunta hecha a la memoria, casi diría mejor hecha contra la memoria. Como en todas las novelas de Ross Macdonald, lo importante no es lo que pasa, lo que se ve a primera vista, sino lo que implica cuanto se ve y se sabe. Lew Archer cree en la honestidad pero es un desengañado que le hace preguntas a la gente para encontrarles sentido a muchas acciones, a muchas vidas, a su propia vida. ¿Qué es un detective privado sino una pregunta andante, una duda silenciosa, un deseo de llegar hasta el meollo de la verdad? Porque hay verdades superficiales y verdades profundas, no lo olvidemos. Cuando acabes de leer esta novela - que te recomiendo vivamente, lector de no importa qué edad ni preparación -, pregúntate si detrás de algunas escenas dignas de una ambientación de obra de teatro shakespeariana, detrás de algunas afirmaciones que laten en estas páginas no has encontrado una mirada que abarca lo real y lo soñado, que es próxima y mítica a la vez, que te suena tan reconocible como la voz de un familiar que acaba de entrar ahora en tu cuarto y te dice algo: es hora de comer, de salir, de hacer qué sé yo qué cosa. Recordarás esta trama y recordarás muy bien a Galton, las pasiones y los errores que se cometen por amor. Y después dejarás de leer unos cuantos días y te dirás: ¿quién me recomendó este libro? No esperes: de segunda mano, en librerías o pidiéndolo por internet, hay otros libros de este inigualable autor que están esperándote. (El pájaro del final, al amanecer, ¿alguien podría decirme qué simboliza? Fíjate tú: una novela negra llena de símbolos. Ay, tristes tópicos que voláis.)

Dos hombres en la ciudad: Gabin y Delon

Los ojos azules de Alain Delon, antes de que lo ejecuten, emiten una súplica muda, desesperada, que recorre el espinazo de cualquier espectador. Las palabras finales - en off- de Jean Gabin duelen: la justicia, su máquina, también mata. La justicia en esta película utiliza la guillotina. Las armas quedan para los delincuentes, los lugares oscuros también para éstos. La justicia ejecuta con luz y taquígrafos. Qué horror. La pena de muerte es una aberración, una vileza. El exceso de poder es terrorífico. Entonces, en Francia, había pena de muerte. La lucha de algunos por evitar que el estado derrame sangre es de aplaudir, merece toda nuestra aprobación. Si veis esta película comprenderéis que el que mata no siempre mata porque sí, no siempre es dueño de sus actos. Todos los actos violentos tienen un componente social que hay que escrutar y juzgar. Nadie sale de la selva dispuesto a convertirse en un asesino en serie, dispuesto a atracar bancos. Hemos creado una sociedad que a veces es un monstruo y da monstruos, engendra monstruos que son su válvula de escape, que son el aire que escapa por la válvula para que la olla no estalle. Nuestra sociedad necesita culpables a los que ejecutar como en las antiguas culturas se elegía a unas víctimas que ofrendar a los dioses. No hemos avanzado en líneas generales apenas nada, apenas nada en lo esencial: y ahora vienen otros miedos, los que nacen en la mente y nos destrozan desde dentro, como la depresión, ese inevitable mal del siglo XXI.

Ross Macdonald: El caso Galton

"Una mujer de unos sesenta años me atendió. Sus cabellos eran blancoazulados y su rostro ostentaba una expresión que no suele verse: el aspecto de una mujer satisfecha" (página 68, Bruguera, Libro Amigo, 1985). Amigos, la vigencia de la buena literatura es absoluta y, a diferencia de lo que ocurre con ciertos crímenes, jamás prescribe. Ross Macdonald es el autor que prefiero en la novela negra y estimo que es el mejor escritor que ha dado la misma. Y hablo de saber escribir, de saber describir, de hacer literatura que se pueda comparar con la de cualquier autor del género y de fuera de él. El mejor estilista, el mejor prosista de la novela negra -aún no superado- es Macdonald. También el mejor cultivador de la tendencia psicológica, el que mejor profundizaba en la intimidad de los personajes, de las personas.
Os lo planteo como un pequeño ejercicio. Oíd vuestra voz interior. Os habla una voz, ¿verdad? Una voz en primera persona que cuando ve a una mujer guapa no os dice tan sólo: bellas piernas, bellos labios. No, ¿verdad? Ésa es vuestra verdadera voz íntima. Entráis en una casa desconocida y os dice: Qué pasillo tan estrecho, qué mal huele. Sigue siendo la misma voz. Esa voz que sois vosotros mismos, sin censuras. Veis una cara y pensáis/os decís: Qué ojos tan profundos, ¿por qué me miran con desconfianza? Reencontráis a un amigo y la voz os dice: Cómo ha cambiado, está más gordo, yo no he engordado tanto, está peor que yo. Quizá en voz alta digáis otra cosa, pero la voz íntima no desea mentiros. Bien: eso aparece en las novelas de Macdonald, esos apuntes de realidad se palpan en mejores páginas, en las páginas inolvidables de Ross Macdonald.

Rafael Ramírez Heredia: Tirados al olvido

En el mismo libro, con relatos seleccionados por Juan Madrid, hay uno de Rafael Ramírez Heredia, titulado Al calor de campeche que aborda un tema necesario y muy próximo: la inmigración llamada clandestina. Hombres que viajan en la noche en busca de sus sueños, hacinados, inermes, hacia otros países en los que la miseria dineraria es menor: o parece que será menor. Pero ¿cuántos llegan? Un detective mejicano investiga una desaparición y va a toparse con el transporte nocturno de hombres de un lugar a otro, como ovejas, como seres inferiores a los que se lleva y se trae sin pensar que se trata de humanos, también de seres humanos. No me sorprende que no lleguen, que los transportistas los arrojen al mar en mitad de la noche: como no los consideran personas, poco tienen que reprocharse. Me pregunto qué verán en sus ojos y qué sensaciones despertará en estos transportistas la debilidad presente en cada uno de los transportados. ¿Se inflamará su ego al saberse superiores? ¿Pensarán en lo que han cobrado por el pasaje, en el beneficio neto que les reportará cumplir correctamente con su trabajo? ¿Sentirán arrepentimiento, vergüenza, dolor? ¿Se les pegará el dolor, el miedo de los que son transportados? Digo que no me extraña que les cobren y luego los tiren al mar porque es lo más fácil, lo menos arriesgado, lo más - cruelmente - beneficioso. Si los bancos tiran a sus empleados a la calle el día después de hacer públicos sus crecientes beneficios anuales, si los políticos corruptos de Marbella se creían seres superiores e intocables y se relacionaban con el vulgo como ángeles entre simples mortales, ¿por qué no van a ir estos tipos exclusivamente a lo suyo? ¿Quién no va a lo suyo? ¿A quién le importa la hierba que aplasta al avanzar? De todas formas pienso que tiene que haber otra conclusión aparte de la derrota y del deseo de venganza. Sea lo que sea, tiene que haber otra cosa. Pensar en ello ya es querer darle una solución.