"Match Point", de Woody Allen

Las películas de los autores que se convierten en clásicos nos brindan una enseñanza fundamental: la sencillez. Allen cuenta su historia sin complicarla, rodea a los personajes importantes y principales de secundarios con poca entidad, apenas esbozados, que sirven deliberadamente sólo de telón de fondo. Es una enseñanza más. Nos cuenta una historia evidentemente moral, en la que un personaje se enfrenta a la vida, al éxito, al dinero, al egoísmo, a la paternidad, a la victoria, a la muerte y ha de tomar decisiones de honda importancia, sin vuelta atrás, trágicas y severas. Hay una meditación en esta historia en torno al azar, qué duda cabe, pues el protagonista es un ex jugador de tenis. Pero hay ante todo una insistencia en la idea de que las personas no somos apenas nada en el contexto social, en la organización de la ciudad y sus componentes, en la importancia general de lo que define a nuestro mundo en el siglo XXI. Cuando el protagonista decide matar a su amante y a la vecina que puede reconocerle, no mata con odio ni desesperación, no es un actuante, sino más bien la mano de que se vale el orden, lo trascendente para que se cumpla su lógica implacable. Desde ese punto de vista, el asesino es otra víctima, es ejecutor y, en cuanto que queda vivo, ejecutado que no muere pero ha de pagar todas sus faltas con la vida infame que le queda por vivir. Así, Allen da una obra mayor, absolutamente adulta en un mundo lleno de fragilidades expositivas y de apariencias con ínfulas explicativas que en realidad sólo son verdades huecas. En el siglo XXI, dice Woody Allen, el hombre y sus creaciones no han avanzado y el análisis de un Balzac, un Dostoievski, un Stendhal, un Marx siguen siendo válidos y, lo que es más, totalmente indispensables.

Relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (8)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer? (Rosa Ribas)
Debí haberle dicho que estaba loco y negarme, pero Lage me tenía atrapado, nunca iba a poder sacármelo de encima, tuve que aceptar. Terminé el café de un sorbo y me despedí no sin antes decirle que estaríamos en contacto. Al salir de la cafetería miré el reloj, todavía me quedaban 20 minutos de la hora que le había solicitado al jefe, así que encendí un Marlboro, cerré el abrigo y me eché a caminar sin rumbo. ¿Por qué Lage me lo estaba pidiendo a mí?, ¿qué era lo que pretendía con semejante propuesta? Claudia F. había sido mi amante y ahora, Lage, que muy bien lo sabía, me estaba pidiendo que la eliminase. ¿Qué era lo que el inspector escondía tras todo esto? Los recuerdos se agolparon en la memoria, se mezclaron con las preguntas, perdí la noción del tiempo. (José Antonio Galloso)
No, no podía matarla. La amé demasiado y la envenené con mi amor. No era necesario que le apuñalara su piel, cuando su corazón se desangraba cada día. Cómo matarla cuando yo lo hice con mis ojos, con mi boca, con mis palabras, con mis silencios. Ella es una muerta viva.
Me quedé parado en una esquina, deseando que el semáforo estuviera siempre en verde para permanecer ahí, estático en mis pensamientos. Los recuerdos empezaron a acecharme y busqué en la bolsa de mi pantalón la moneda que ella me regaló. Por años la he cargado, como una prueba de que sigue viva y cuando la vuelva a ver, le enseñaré la moneda. Ahora esa moneda me pesaba. Tenía que aventarla al vacío. Quizá dejarla en una calle parisina o en un rincón mexicano, o simplemente regresarla al Puente de los Suspiros.
Me sentía como aquellos prisioneros que contemplan el mar y el cielo por última vez.
No. No podía matarla. (Clarice Baricco)
Avanzamos. Ahora es el turno de Omar Piña.

James C. Mitchell: "Lovers Crossing" (2). Policías suicidas.

El caso avanza lentamente. Brink habla con las personas que conocieron a la mujer asesinada y recaba una información que le lleva a concluir que no había motivo alguno para que la mataran: era una mujer rica pero noble, colaboradora de causas sociales, sin amantes y sin una vida oculta. Cuando acaba la jornada, va con su novia a la casa de su amigo Al Ávila, el policía que le ha recomendado al hombre rico para que le encargara el caso. Su esposa y la novia de Brink, Dolores, son hermanas. Cuando se marchan, tras una agradable velada, Brink le cuenta a Dolores un caso en el que participó, la desaparición de una niña, y recuerda que asistía con Al a las charlas que la policía daba en su instituto. Una vez "Un empollón levantó la mano y preguntó que cómo era que no se habían suicidado, ya que había oído que muchos polis se suicidan por la cantidad de cosas horribles que ven... Todo el mundo se echó a reír...pero se dio cuenta de que era también una pregunta significativa. ¿Cómo aguantan los polis veinte o veinticinco años escarbando entre cadáveres y desgracias? Entonces el más voluminoso de los polis lo miró y dijo, con toda la tranquilidad del mundo: Porque si tenemos éxito, podemos decirle a la gente qué es lo que ha pasado, y puede que por qué. Podemos llevarles un poco de paz." Y Brink afirma que él sigue siendo detective privado porque la mayor recompensa es encontrar a un desaparecido y ver la cara de los familiares cuando lo trae de vuelta a casa. Les lleva también un poco de paz.

Relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (7)


El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer (Rosa Ribas)
Debí haberle dicho que estaba loco y negarme, pero Lage me tenía atrapado, nunca iba a poder sacármelo de encima, tuve que aceptar. Terminé el café de un sorbo y me despedí no sin antes decirle que estaríamos en contacto. Al salir de la cafetería miré el reloj, todavía me quedaban 20 minutos de la hora que le había solicitado al jefe, así que encendí un Marlboro, cerré el abrigo y me eché a caminar sin rumbo. ¿Por qué Lage me lo estaba pidiendo a mí?, ¿qué era lo que pretendía con semejante propuesta? Claudia F. había sido mi amante y ahora, Lage, que muy bien lo sabía, me estaba pidiendo que la eliminase. ¿Qué era lo que el inspector escondía tras todo esto? Los recuerdos se agolparon en la memoria, se mezclaron con las preguntas, perdí la noción del tiempo. (José Antonio Galloso)

Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Clarice Baricco.

Richard Ford: crónica y realidad.

En el blog de referencia del mundo del relato, de Miguel Ángel Muñoz, un texto sobre Richard Ford - autor de una novela policíaca, de varias obras maestras- y su última novela.

James C. Mitchell: "Lovers Crossing". Los ricos.

Los ricos, como los tiempos, cambian. No es lo mismo ser un rico cuando hay cámaras que te persiguen. Antes imaginábamos - y sufríamos, unos más que otros - a los ricos como seres distantes, tocados por alguna gracia que a nosotros nos era negada. Se les veía de lejos y nunca se les hablaba, a menos que se dignaran hablarte. Podían ser- y eran - altivos y prepotentes. No tenían que mezclarse con la chusma. Pero ahora la chusma - tú y yo, hermano, que no poseemos acciones y soportamos una hipoteca y acabaremos de pagarla ya calvos - se planta delante del televisor y ve más cosas que antes. Sigue esa chusma - el pueblo llano - sin tener acceso a los privilegios de los verdaderos ricos pero ahora los nombra con cariño o con desprecio incluso por sus nombres de pila y hasta por los íntimos, que últimamente parece que ya todo se sabe. Por tanto, los ricos han tenido que cambiar: se adaptan a los nuevos tiempos y ya no son altivos ni despectivos, sino seres próximos, que también lloran y padecen, como el resto de los humanos - aunque el resto seguro que no puede permitirse ni el diez por ciento de lo que ellos consumen y despilfarran -, y han mutado en seductores, amables, cordiales personajes a los que se les hacen preguntas o te venden sus éxitos como si fueras de su camarilla, su ejército, su tribu. Al detective privado Roscoe Brinker, antiguo policía de fronteras, le encarga un caso un rico: averiguar quién y por qué, sobre todo, mató a su maravillosa, atractiva mujer. Brinker duda, y entonces el rico vendedor de coches Mo Crain, medio dueño de la ciudad de Tucson, muestra la nueva cara del rico en el siglo XXI: "Crain se levantó y rodeó el escritorio. Su cara no tenía nada de extraordinario, pero su constante presencia en la televisión había hecho de ella una medida de la belleza masculina, la forma en la que los buenos hombres de negocios debían presentarse. Tenía un aspecto joven y lleno de energía a pesar de sus prematuras canas. Los jóvenes ejecutivos y los hombres de mediana edad pedían a sus barberos que les diesen el aspecto de Mo. Profesional, pero accesible, un cabello lo bastante largo como para que se agitara en la brisa cuando bajaba la capota. Transmitía un aspecto amistoso y cándido, curtido en televisión y con planta de tenista. Cuando estaba de pie, moviéndose, haciendo algo, irradiaba una sencilla confianza." ¿Quién dijo que ya no hay lucha de clases, que desaparecen las diferencias sociales?

Novelas negras publicadas

Que me perdone el autor de la frase por no citar su nombre, pues la culpa sólo es de la mala memoria. Dijo que la diferencia entre la novela negra y la novela sin etiquetas era que se podía señalar más fácilmente a la primera que a la segunda, porque se publican más malas novelas negras que malas novelas a secas, ya que éstas quedaban inéditas para siempre.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (6)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)
Son demasiados años como para no saber que cada segundo de esa dilación llevaba implícito el grado de dificultad del trabajo. Pegó una calada profunda, la cosa iba a ser complicada. La segunda me dejó claro que sería dura. La tercera me encogió el estómago. La cuarta no la habría resistido, pero empezó a hablar antes.
- Alguien de la fiscalía está fisgoneando en asuntos que no le incumben.
Hice un gesto con la cabeza para que siguiera hablando, pero se limitó a escrutarme como si albergara alguna duda sobre si yo era la persona adecuada. Eso me hizo preguntarle:
- ¿Alguien a quien conozco?
Asintió mientras daba una última calada al cigarrillo y lo aplastaba medio consumido contra el cenicero. La forma en que me miró despertó en mí una terrible sospecha:
- ¿Una mujer (Rosa Ribas)

Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de José Antonio Galloso.

Excepción libros 1: "La punta de la lengua", de Álex Grijelmo

Lo primero, el idioma. Siempre he pensado así. Con algunas traducciones me desespero: tantos errores me enervan. El libro de Grijelmo pretende, de manera breve, sin predicamento alguno y con humor, opinar sobre algunas expresiones y nos ayuda a corregir errores. Dice: "Hay quien cree más moderno y progresista aceptar cuantos anglicismos se nos vienen encima. Sin embargo, eso constituye un hecho antidemocrático: el idioma ya no evoluciona como lo decide el pueblo, sino como lo deciden las clases cultas que están en contacto con el inglés y se sienten perplejas ante él. O como deciden las grandes empresas y sus productos de aparente prestigio anglicado". Utiliza como ejemplo e-mail, que es perfectamente sustituible por mensaje o carta, según su extensión. Cree que e-mail desaparecerá. Interesante libro que repasa muchas expresiones cotidianas y nos quita algunos velos de los ojos.

Ross Macdonald: "El blanco móvil" (y 9). Crítica.

Era su propósito y lo consiguió: “El blanco móvil “es una novela negra que cuenta algo muy parecido a una tragedia griega. Hay dos temas que destacan: la guerra y el dinero. Publicada en 1949, es la primera novela de Ross Macdonald que protagoniza el emblemático, profundo y lírico detective privado Lew Archer. Le encargan el caso porque se acuerda de él un amigo y abogado de una familia cuyo padre ha desaparecido. Es un magnate del petróleo y un hombre respetado pero poco querido, ni siquiera por su esposa. Archer empieza a investigar y la primera pista le lleva a conocer a una actriz venida a menos, de la que saca poca información. Tampoco obtiene demasiada de un santón al que el magnate, reblandecido por su creencia en la astrología, le ha cedido un terreno. La trama avanza lenta pero segura y al poco unos secuestradores le exigen a la familia cien mil dólares por liberar al padre. Archer actúa solo y cada vez está más cerca de la verdad, de los secuestradores y del lugar donde se encuentra el poderoso secuestrado. Pero la codicia no respeta a nadie, no se priva de guiñarle un ojo a nadie. En un tiempo en que los hombres habían vuelto de la guerra y muchos se hallaban fuera de lugar, aún sin adaptarse a la vida civil, con marcas que jamás nada podría borrar en su cuerpo y en su mente, las vidas habían perdido valor y el dinero reemplazaba cualquier creencia. Algunos acaban muertos por no cejar y otros desearán estarlo más tarde, cuando los instintos y el deseo de revancha los hayan convertido en peleles. Macdonald desnuda a una sociedad que devino superficial y cautiva del poder y de las posesiones. Valiéndose de un estilo lleno de aciertos expresivos y una sinceridad sin igual crea unos personajes a los que vemos por fuera y también por dentro, con todas sus miserias y sus pasiones y sus miedos y sus frustrados deseos. Porque el crimen transforma y destruye, le oímos decir y meditar entre líneas, anula y deja al hombre sin sus valores, hace más débiles a las víctimas y aumenta la desigualdad. No hay esperanza, tal vez, y quizá un hombre solo no sirva más que para levantar acta de la maldad que anda suelta. Al acabar la novela sabemos que no es fácil seguir creyendo en el ser humano, que es tarea de idiotas no ver la realidad. “El blanco móvil” puede considerarse acaso la novela mejor escrita de todo el género negro, una de las que más hieren y más se recuerdan. También una de las más útiles, de las más necesarias. La mirada llena de piedad que el narrador dirige a la hija del magnate, la caracterización fría de la esposa de éste, la evolución inquietante que padece el abogado, ciego ante el amor, revelan a un autor dotado como pocos para la traslación al papel de realidades palpables. Macdonald es uno de los grandes escritores del pasado siglo, más acá y más allá de los géneros, y alguna editorial debería rescatar sus novelas, ponerlas a disposición de un público que seguro las acogerá con los brazos abiertos.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (5)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)
Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)
Y no es que no lo hubiera disfrutado un tiempo, le confesé a Lage. Antes al contrario. Yo creo que todos podemos ser artistas en nuestro curro si le echamos un poco de alma. Hasta putas he conocido que saben gemir como primadonnas cuando su cliente se les derrumba sobre las tetas como niñito tembloroso. Lage sabía que yo era un artista en lo mío, que nadie había como yo para descerrajar cráneos o astillar huesos. Pero un artista también necesita su reconocimiento, qué coño, y cuatro años de ver pasar los bonitos trenes es demasiado tiempo. Se lo expliqué a Lage más o menos con estas palabras. Él asintió al final, comprensivo, dándoselas de hombre de mundo o de filósofo. A continuación, antes de responder, encendió un cigarrillo mientras borraba la sonrisilla de la jeta y me miraba con los ojos un poco vidriosos, como de pariente pedigüeño. (Ricardo Vigueras)


Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Rosa Ribas.

Ross Macdonald: El blanco móvil (8). Irónico y lírico.

Como muy bien lo define Ricardo Vigueras en su blog, el personaje de Ross Macdonald posee una mirada irónica y lírica: una manera de enfrentarse al mundo sin ser un cínico y sin dejar de ver con pasión las cosas. Así, cuando va a visitar a una implicada en el secuestro del magnate - que acaba de perder a su compañero por culpa de unos disparos -, nos narra Archer que para defenderse de ella la arroja sobre una cama y no quiere lastimarla. "Su boca redonda y abierta chilló en mi cara. El grito se quebró en un seco hipar. Fue hacia un lado y se arrebujó entre las mantas. Su cuerpo se movía en un rítmico orgasmo de pena. Me quedé de pie escuchando su seco hipo...Filtrada por sucias ventanas y reflejada por manchadas paredes y el miserable mobiliario, la luz que penetraba en el cuarto se volvía gris, apocada. Encima de una vieja radio de batería, junto a la cama, había un puñado de fósforos y un paquete de cigarrillos. Después de un rato, se sentó y encendió un cigarrillo pardo e inspiró profundamente. Su albornoz se entreabría como si sus flojos senos ya no importaran... La voz que surgió junto con el humo era desdeñosa y chata." Un cuadro digno de Dostoievski, de la mejor literatura realista y con detalles que nos hacen sentir, estar dentro de esa escena. Una prosa, un escritor que no han sido superados, que siguen vivos y vigentes, con mucho por decir y comunicar aún. Ahora entenderéis por qué su nombre es el primero que aparece en el pórtico de este blog.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años" (4)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)

Y pensar que una vez esa sonrisa no me resultó estúpida, que una vez, cuatro años antes, aquella primera llamada del inspector fue como una bocanada de aire fresco que me hizo pensar que mi vida al fin se movía, que, de alguna manera, más allá de los engaños y las palizas, de todos los hombres que acabarían llorando frente a mí, y de todas las mujeres a las que mi comportamiento hacia ellos haría llorar, lamentarse, enviudar, alguien confiaba por fin en mí, tal y como yo merecía. Cuatro años después, cómo pasa el tiempo, Lage tenía muchos menos problemas, todos los que yo le había ahorrado, pero mi vida seguía en el mismo sitio, parada, a la espera. (Miguel Ángel Muñoz)


Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Ricardo Vigueras.

Ross Macdonald: El blanco móvil (7). Las secuelas de la guerra.

Inteligente, Ross Macdonald hizo con esta novela una crónica de la posguerra. La mejor novela negra alberga un realismo vivificante dentro, es un testimonio a la vez que una creación. Esta obra maestra no lo pasó por alto. Los personajes están marcados por la guerra que acabó tres o cuatro años antes. "Ahora que el revólver estaba en su mano, preparado para la violencia, su cara se había suavizado y estaba relajada. Era la cara de una nueva clase de hombre, calmado y sin miedo, porque no le concede valor especial alguno a la vida humana. Aniñado y más bien inocente, porque puede hacer el mal casi sin saberlo. Era de esa clase de hombres que ha crecido y se ha encontrado a sí mismo en la guerra." "No conoces a ese tipo de hombre como yo - dijo Graves-. He visto que lo mismo les ha sucedido a otros muchachos. No hasta semejante extremo, por supuesto, pero lo mismo. Salían del colegio secuandario e ingresaban en el ejército o en la fuerza aérea y les iba muy bien. Eran oficiales y caballeros con un sueldo alto, y una más alta opinión sobre ellos mismos, y todo el éxito que necesitaban para mantener la vanidad hinchada. La guerra era su elemento, y cuando la guerra terminó, ellos también terminaron. Tuvieron que volver a trabajos civiles y a aceptar las órdenes de otros civiles de edad mediana. Con la estilográfica en la mano o la máquina de sumar en lugar de encontrarse en un ataque aéreo o con un arma. Algunos de ellos no pudieron resistirlo y tomaron el mal camino. Pensaron que el mundo era su caparazón y no podían comprender cómo se lo habían arrancado. Quisieron arrebatarlo a su vez. Quisieron ser libres y felices y laureados, sin fundamento alguno para la libertad o la felicidad o el éxito. Y ahí tienes su manera de sobresalir. - Miró hacia el cadáver que yacía en el suelo."

"Un relato a veinte manos": "Unos cuantos años" (2 y 3)

El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo. (Francisco Ortiz)
Nos instalamos en una mesa al fondo y pedimos café, que era por mucho mejor que el de la oficina.Era sin embargo, un lugar poco usual para reunirnos. El inspector Lage no perdió el tiempo en rodeos, una vez que sirvieron el café, me dijo que necesitaban de mis servicios para un trabajo muy peculiar y peligroso. (José Romero)
Le expliqué que ya no era el mismo, que estaba cansado. Le dije que la cara del tipo del último encargo todavía se me aparecía por las noches. Pero a él mis problemas nunca le importaron lo más mínimo. Aún así, me esforcé por explicarle que no podía actuar siempre por libre, que mi jefe empezaba a estar descontento conmigo. El café empezó a hervir en mi estómago mientras sentía que estaba a punto de escupirle a la cara todas las cosas de él que me desagradaban. Lage mantuvo en todo momento su estúpida sonrisa. (Miguel Sanfeliu)


Lentos, pero seguros. Avanzamos. Ahora es el turno de Miguel Ángel Muñoz.

Ross Macdonald: El blanco móvil (6). Tragedia Shakespeariana.

Hay momentos, cuando la historia se va acercando al final, en que los diálogos parecen teatrales, las pasiones estallan y se mueven por los cuartos como algo sólido y dañino, los personajes mudan su piel y muestran otra que no siempre parece ser humana. La hija del magnate es clave en la historia, no como sujeto activo, sino como sujeto paciente, contra quien van a parar las desatadas pasiones y los deseos más firmes, que podrían volverla loca o hacerla actuar locamente pero de una manera que a ojos de algunos podría parecer la más cuerda, la más esperada, sobre todo para el abogado, que espera que cambie y le ame, aunque si quisiera ver se daría cuenta de que es imposible. Pero lo imposible desaparece a veces, se diluye como azúcar o sal en el agua, y pasmosamente vemos que deviene algo concreto e innegable. Archer dialoga con ella y la ve niña, muchacha enamorada sin fundamento, mujer joven presa de los celos, mujer desengañada, mujer casi loca, mujer que se entrega a lo imposible para seguir siendo niña. En sólo unos minutos, tras unos cientos de palabras dichas y pensadas, con un muerto por un disparo en la sien al que ella no quiere ver, no quiere reconocer, no quiere mirar para concederle su estatus definitivo. No es la primera vez que leo esta novela - y no soy un devoto de las relecturas - y me alegro: es una de las mejores novelas negras que he leído en toda mi vida, es una de los mejores libros que he leído jamás.

Un relato a veinte manos: "Unos cuantos años".

La idea se la debo a José Romero y a Miguel Sanfeliu, pero en lugar de continuar un relato ya acabado os propongo algo diferente: escribir todos un nuevo relato, juntos, como una especie de meme, pero que sea creativo, un cuento. Creo que Lorenzo Silva hizo algo parecido con sus lectores y luego incluso publicaron un libro. Os pido que escribáis de una a diez líneas como máximo. Yo pongo las primeras, hago el envío y os ruego que a mi correo electrónico - está en el perfil - me hagáis llegar vuestra continuación( o en los comentarios si no hay otra posibilidad). Yo iré subiendo el relato actualizado cada vez que tenga el nuevo material. Creo que deben de empezar primero José Romero y Miguel Sanfeliu, si aceptan la invitación, y luego el resto, a los que iré nombrando en el blog. Si no tengo el correo de alguno, espero que lo vea en mi blog y me lo envíe. En fin, empecemos el juego.
El relato se llama provisionalmente " Unos cuantos años" (El título no está elegido al azar, ya os desvelaré en su momento el motivo).
Y empieza así:
El inspector Lage me saludó levantando una ceja. Intentaba parecer un policía típico o quizás se burlaba de sí mismo. Tuve que pedirle una hora libre a mi jefe, que también levantó una ceja, pero él eligió la del lado derecho de su cara. Bajamos a la cafetería de Anselmo.
Ahora, José Romero tiene la palabra. A la espera quedo, pues.

Relato: "Una mente llena de luz"

Para Graciela Barrera
e Inmaculada Lucena


Aún está en el piso y ya pienso en ella como si se hubiera marchado. Sé que sale y baja las escaleras despacio, saluda a algún vecino y se sube al coche. No se para a pensar en nada antes de arrancar. Le cuesta levantarse por la mañana. Conecta la radio y ahí empiezan algunas de las dudas. La ansiedad. Una emisora de música reciente. No. Mejor una de música de los setenta, ochenta y noventa. Pero esas voces pastelosas. La apaga. Se desespera con los semáforos, el tráfico lento, tantas obras en la ciudad que obligan a tomar desvíos. Se mira a veces las piernas cuando lleva falda. O las manos. Le preocupa que le duelan los dedos, que pueda tener las articulaciones afectadas por algún mal que debería de estar reservado para la vejez.
Me ha dejado la comida preparada y me ha dicho cómo preparar un sobre de salsa para añadírselo al pescado ya frito. He oído su voz en el centro del cuarto pero no he levantado la cabeza. Me ha besado. De soslayo, en la frente. Sus labios, un contacto suave pero frío. He vuelto a acostarme. También yo oigo música. Mis discos de soul. A veces me froto los ojos y no noto nada, bueno, sí, que son dos piedras secas. A las once el cartero pulsa el botón del interfono del piso. Una carta certificada. Se da cuenta de que estoy ciego y me coge la mano para que firme en el sitio indicado.
Hablo por teléfono imaginando rostros, aunque sobre todo imagino bocas. Delgadas de hombres, llenas de mujer, casi sin labios de niños. Mis sobrinos llaman y hablamos durante horas. Me cuentan todo lo que se les ocurre. Javier me habla de su último viaje, de la escalada. Es como si me llenara la cabeza de nieve. Ayer Leticia me contó que ha ascendido: jefa de departamento.
Ella vuelve cansada. Yo noto aún la caricia del sol en las manos. Han pasado dos o tres horas desde que oscureció, pero yo me fuerzo a sentir en la piel los efectos de la única visita diaria que tengo. Me pongo junto a una ventana y duermo. Me he quemado algunos días. Ella me unta crema y sus manos son otra caricia más. La oigo entrar en el baño, comer en la cocina de pie, ducharse con el agua a la máxima presión. Quiere borrar lo que se trae pegado de fuera y también se castiga de esa forma. Me dice que no hay pistas. El tío que me agredió en la entrada del hotel sigue siendo un fantasma. Descripción: alto, pelo oscuro, nariz prominente, barba de chivo, pelirrojo. El primer golpe no me hizo ni cosquillas, el segundo me dejó ciego para siempre, acabó conmigo y con mi fama, joder, un solo golpe certero. Con mi fama y con mi futuro. Veo la canasta y elevo los brazos, suelto el balón con el swing inimitable, como lo llamaba el locutor de la Sexta. El jugador poeta, me llamaban.
Ella guarda la pistola en el cajón y sale a comprar carne o bebidas. Yo lo abro y la huelo. No soy un experto, pero dicen que en las armas se queda pegado el olor después de usarlas. Nunca detecto otro que el de la grasa. Me lavo las manos y la espero sentado en el sofá largo. Hablamos, escuchamos discos, bebemos chupitos de Baileys. Le pregunto si ha tenido algún problema, si ha sido necesario que le partiera la cara a algún detenido, nos reímos, sé que ella está triste, como agazapada, y entonces me acerco y la beso en el pelo. Los policías sois todos unos borrachos en potencia, le digo más tarde, a la altura del tercer o cuarto chupito. Se queda dormida con la cara medio hundida en un cojín. Recorro su frente con mis dedos. Espero y la despierto. Va al baño, bebe agua, se desviste en el dormitorio. ¿Dónde te duele más hoy?, le pregunto. Llamo al sueño con mis dedos en su piel, masajeando su espalda, su nuca, su cuello. Toco su cintura, deslizo un dedo por la suavidad de sus bragas, quizá con la yema del índice exploro en sus muslos un instante. Me doy la vuelta. Dentro de seis horas se levantará y saldrá del piso en silencio, fingirá que no hace ruido para no despertarme, me llamará a las doce y me preguntará cómo lo llevo. Yo estaré junto a una ventana, palpando el sol con los mismos dedos que la acarician cada noche, los ojos inútilmente abiertos y la mente llena de temor y de luz.

Ross Macdonald: El blanco móvil (5). La culpa.

Las mejores, las más profundas novelas de Ross Macdonald - con Archer dentro - nos presentan a personajes bien definidos, vistos hasta el fondo de su alma, con todas las pasiones y contradicciones que los habitan. La trama importa, pero sobre todo importan los porqués. Estamos en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial. Llegados a lo alto de la montaña, Archer y la hija del magnate encuentran una construcción que el padre de ella le ha cedido a un supuesto hombre santo. A Archer le llama la atención la estructura de lo que parece un pabellón de caza. "No es realmente un pabellón de caza. Lo construyó como una especie de refugio." "¿Refugio de qué?" Le aclara Miranda: "De la guerra. Esto pertenece a la última etapa de Ralph, la prerreligiosa [Ralph es su padre, lo llama por su nombre]. Estaba convencido de que se avecinaba otra guerra. Éste había de ser su santuario si llegábamos a ser invadidos. Pero superó ese temor el año pasado, justo antes de que comenzaran a trabajar en el refugio contra bombardeos. Los planos ya estaban listos. Pero prefirió refugiarse en la astrología." "Yo no usé la palabra ´manía´- dije.- Usted sí. ¿Hablaba en serio?" "En realidad no. -Sonrió algo forzada-. Ralph no parece tan loco si uno lo comprende. Se sentía culpable, creo, porque ganó dinero por causa de la última guerra. Y después fue la muerte de Bob [su otro hijo]. La culpa puede ser la causante de toda clase de temores irracionales."

"Salvador y Anguas"

Pocas, muy pocas veces lee uno un texto que verdaderamente convierta unas páginas de periódico en algo memorable. Marcos Ordóñez, en El País, lo ha hecho, hablando de Salvador Puig Antich y de Francisco Javier Anguas. Se ha estrenado ya la película "Salvador". Estas palabras, de un escritor insuficientemente reconocido, se vuelven indipensables para el que quiera saber más, para el que aún no sepa nada. Se habla de policías atípicos, de situaciones atípicas, de víctimas, de un lado y del otro, sin maniquieísmo.

Ross Macdonald: El blanco móvil (4). Algo absolutamente nuevo.

Viajan Archer y la hija del magnate desaparecido ascendiendo una ladera que les lleva a una alta montaña y mientras dialogan. Archer le confiesa que aprieta el acelerador porque le gusta sentir algo de riesgo, aunque controlado. Y luego le pregunta a la chica si le gusta conducir rápido también. Ella le dice que por ese mismo empinado y difícil camino ha ido a ciento sesenta. "Lo hago cuando me aburro. Finjo ante mí misma que encontraré algo... algo absolutamente nuevo. Algo desnudo y brillante, un blanco móvil en el camino." Archer le replica: "Encontrará algo nuevo si lo hace con frecuencia. La cabeza destrozada y el olvido." Ella se enfada: "¡Maldito sea! - gritó.- Decía usted que le gustaba el peligro, pero es tan apocado como Bert Graves." Éste es el abogado que ha metido a Archer en el caso, tiene cuarenta años y en cada gesto demuestra un excesivo amor por la muchacha siempre que coinciden en algún sitio. "Lamento haberla asustado. " "¿Asustarme? - Su breve risa se adelgazó y quebró como el grito de un ave marina.- Todos ustedes, hombres, todavía se adhieren al estilo victoriano. Me imagino que usted también cree que el lugar de la mujer es el hogar, ¿no?" Archer, separado, le contesta que no. Luego siguen camino en silencio.