Ruth Rendell: Basta ya de muertes


Se descategoriza a la novela negra porque pertenece a un género, porque abundan los escritores que nada aportan a lo anteriormente hecho. Y es verdad. Pero son los mismos argumentos que valdrían para descategorizar a la novela en general. Y no seré yo quien lo haga. Autores como Ruth Rendell, acusada de irregular y prolífica -lo mismo que se ha dicho siempre de Simenon-, ofrecen en algunas de sus obras literatura alta, gran literatura, que nada tiene que envidiar a los creadores de la novela o Novela.
"Basta ya de muertes", que narra la desaparición de un niño de cinco años y la búsqueda que hace la policía, pronto nos pone ante los ojos elementos que superan la rigidez y la planeidad de muchos otros escritores que no se toman la novela negra sino como un espacio para el divertimento menor. El inspector encargado del caso se ha quedado viudo no hace demasiado tiempo. La madre del chico desaparecido es una divorciada que no encaja a primera vista en las costumbres del lugar, un condado inglés. Y sin cansarnos con detalles farragosos de la investigación, sin meter demasiadas "entrevistas" con los personajes implicados, Rendell nos lleva pronto al terreno de los sentimientos, de la soledad del viudo que no ha conocido más mujer que a su esposa fallecida, de la madre que está sola y se siente sola y aislada cuando pierde a su único bien: su hijo. Rendell nos adentra en los sentimientos del inspector Burden, nos muestra su rechazo apenas ve a la madre divorciada y nos cuenta que después, en la segunda visita a su casa, empieza a mirarla con mayor detenimiento y se da cuenta de que es hermosa, sensual. Y nos revela que el mayor pesar de Burden tras la muerte de su esposa es la presión que le supone no hacer el amor no con una mujer cualquiera que alivie su ardor sino con alguien a quien quiera, a quien necesite, con quien se pueda comunicar de una manera profunda y sincera. Amor y sexo. Y Rendell sabe hablar de esos temas, sabe exponerlos y envolvernos en sus meditaciones convertidas en palabras y personajes con un talento que no reclama el reconocimiento a gritos, que se conforma con decir verdades y con explorar el fondo del ser humano y con mostrarlo después en páginas de novela de género porque a veces lo importante viene en cajitas pequeñas, dicho en voz tenue, comprensiva, muy cercana: "Y todas sus noches eran iguales. Primero el yacer despierto... como si todo su cuerpo no fuese más que un gran grito contenido, sin ningún orificio por el que escapar". ¿Cómo no sentir admiración por escritores como Ruth Rendell?

Philippe Claudel: Almas grises (y 2).


Es difícil escribir con entusiasmo cuando uno acaba de leer esta novela, porque el ánimo se tiñe de gris. Los hechos narrados en ella son en su mayor parte terribles. Los acompaña una voz en la que el lirismo se mueve libre y sincero como un pájaro débil en una mano fuerte y cerrada. Es el recuerdo, el repaso que hace de su vida y de un caso criminal un policía veinte años más tarde, cuando todo lo ha perdido y cuando nada es aún lo suficientemente claro como para poder cerrar los ojos y descansar en paz, como para cerrar los expedientes de la investigación. Y he aquí la primera y sabia lección de esta novela medio gris y medio negra: nadie es bueno siempre, nadie es malo siempre.
"Almas grises" tuvo un recibimiento excepcional, una acogida magnífica en Francia. No es para menos. Seguramente ya no se escriben novelas como ésta. Pocas pueden apostar tan claramente por la narración de hechos inolvidables, de tragedias en toda la amplitud de la palabra, sin que la ficción sepa a homenaje, nos parezca caricatura, copia o cóctel fino, en el que se han mezclado talentos de varios autores hasta conseguir una pasta rara y que al final se torna insípida.
"Almas grises" es una de esas novelas que sirven para asentar el prestigio de la novela, su vigencia, que indican caminos para que el género no muera. La convicción, la profesionalidad del autor -eso que podríamos entender, en el arte cinematográfico, que es la preparación, el amor a un oficio, el deseo de sinceridad, la pasión por una historia que nos ha tocado contar- y, sin duda, un talento fuera de lo común, dejan frutos que se ganan la admiración de los lectores y seguramente de muchos otros escritores, al menos de esos que no son demasiado egocéntricos.
La novela está llena de personajes y de pequeñas historias que se comunican unas con otras. Las mujeres son las que mejor paradas salen, pues son ellas las que tienen el tesoro de la sensibilidad en una época de guerra y miseria que encanalla a los hombres, los reduce a su esencia animal. El narrador amó a una y respeta a todas las que aparecen a lo largo de estas páginas siempre conmovedoras, en las que nada sobra y que nos invitan a una continua relectura.
Una niña es encontrada muerta, asesinada. Hay un sospechoso que nunca será juzgado, dos sospechosos que sí lo serán. Cerca del escenario de la tragedia, una pequeña ciudad francesa, está clamando y destruyendo la guerra, emborronando logros y avances. Pronto intuimos que Philippe Claudel nos va a narrar otra guerra, la que se libra en el corazón del ser humano, aún desconocedor de los misterios realmente importantes, siempre aquejado por las dudas y los misterios. Y lo hace con una ironía que aligera el peso de los momentos que cuesta digerir, con frases y meditaciones, a veces rotundas, que invitan a mirar mucho hacia afuera y mucho también hacia adentro, pues el humanismo del autor no es de los que se quedan en las buenas y blancas intenciones y las frases bonitas y las escenas que acaban en manos cogidas de manos y ojos que lloran felices porque la felicidad y la bondad los colma. A pesar de ser un admirador de la obra de Frank Capra, Claudel está más cerca del Steinbeck que escribió "De ratones y hombres", del Simenon -a quien admira vivamente- de "Los fantasmas del sombrerero". El mundo es un lugar inseguro, en el que no abunda la solidaridad ni los buenos sentimientos, en el que nadie es lo que parece y el dolor manda, destruye. Ésas son las conclusiones a las que llega el narrador de "Almas grises". Claudel apuesta por un humanismo sin retórica, valiente, un humanismo que es una ficha en un tablero de ajedrez y que avanza pisando a veces suelo negro y a veces suelo blanco. Nadie es sólo un asesino, nadie es sólo un ángel. Y, lo que es más, el que ahora es un tipo oscuro y malvado pudo ser antes un hombre fiel y desprendido, que arriesgó su vida para defender la de otro. ¿Qué hace el mundo de nosotros, qué hacen nuestras circunstancias de nosotros? Almas grises, dice Philippe Claudel.
Acercáos a esta novela. Es una obra maestra, está llamada a perdurar, a quedarse en la mente del lector y a movilizarlo. Es una obra profunda, seria, una obra mayor del arte de la novela de nuestro tiempo.

Lectura recomendada: "Recordando la obra de Chester Himes (Un ciego con una pistola)", en el magnífico blog de Francisco Machuca

El extranjero, de Albert Camus


Cuando tu alma esté triste, cuando tu alma esté muy alegre, déjate caer en las páginas que conforman el primer capítulo de "El extranjero", de Albert Camus. Podrás ver colores muy claros y sentir colores muy oscuros. Estarás absolutamente solo y terriblemente acompañado. Serás un hombre al que no le falta nada, y al que le sobra todo. Con la muerte rondando, podrás ver el desfile de los vivos como algo cómico, agradablemente breve, satisfactoriamente inane. Si eres un escritor podrás aprender cómo todo tiene sentido cuando ya nada tiene sentido. Si nunca has leído, si nunca volverás a leer, acaso comprendas por qué el dolor anida en el corazón de los más débiles y aprendas a compadecer y callar.
Volver a leer "El extranjero", ese primer capítulo en que muere la madre del narrador, en que la voz en primera persona es la tuya y la mía, transida de dolor profundo e inexpresable, anonadado, que en apariencia es miedo y vacío y ojos que parpadean cegados, te lleva a un lugar del que sólo los más grandes regresaron: Sábato, Rulfo, Faulkner, el propio Camus. Y te arranca algunos jirones del alma, te despelleja y te acomoda junto a lo trascendente, que es también lo volátil, lo leve, lo fugaz.
Más adelante están el revólver de Mersault, su disparo injustificado, su muerte sin nombre, un camino que igual le interesa al lector de novela negra que al lector de novela existencialista. Acaso "El extranjero" pueda ser una novela negra y existencialista. Y un aldabonazo en las conciencias que parecían dormidas e idiotas para siempre.

Philippe Claudel: Almas grises



Sin duda, los libros que prefiero son aquellos que nos regalan personajes bien trazados y frases que se quedan resonando en mi cabeza, ya sea por las ideas que encierran o porque alumbran imágenes que me emocionan. Nunca he sido un ardiente defensor de la trama perfecta, de la trama por encima del estilo, aunque escriba en este blog de novela negra. Defiendo a los autores que escriben bien, que matizan, que llenan de detalles sus narraciones, que crean personajes a los que me creo. Perdono los fallos de las tramas, perdono que en las historias haya excesos o caídas en lo superficial o lo vano. En la novela negra ocurre a menudo: el escritor, para ir de un punto a otro, tiene que recurrir a un motivo trillado, a una escena mil veces vista. Pero eso también ocurre en cualquier otro tipo de novela, en todas las novelas.
"Almas grises" deja un poso a verdad y a mundo vivido intensamente durante la lectura de la novela, arranca sonrisas, mueve a la complicidad y a salir de las ciudades hoscamente urbanas en que estamos presos, al menos de lunes a viernes. Philippe Claudel nos trasporta a otra época, la de la primera guerra mundial, a una pequeña ciudad y a sus pequeñas historias, que quedan interrumpidas, pues en toda ciudad pequeña un suceso grave hace que sus habitantes contengan el aliento y midan sus pasos y sus frases, como si todos estuvieran siendo de repente examinados, espiados. Una niña aparece muerta. El policía que narra, veinte años después, nos sitúa a la perfección y nos presenta a los personajes de la función sin apresurarse y sin entretenerse, con un estilo que no elude la inteligente adjetivación pero que nunca se aleja del camino oral, que no coloquial -y plenamente literario - , y nos gana con su sinceridad y su buen humor. Intercala frases que suponen un alto en el camino para el que quiera paladearlas, con algo de grisura en el fondo y un lirismo muy efectivo, hecho mediante la observación directa de las cosas, no después de la contemplación arrobada de las mismas, sino en el poso de la memoria.


Texto recomendado: Taxi Driver, en el blog de Miguel Sanfeliu

Eugenio Fuentes: Venas de nieve


Qué decepcionante es esta novela, qué paso atrás en una carrera. Eugenio Fuentes se equivoca con este melodrama en el que da rienda suelta a todo lo que un escritor de su talento ha de evitar. La narración ya es equivocadamente transparente, leve, con una descripción de las cosas y de los personajes que nunca es creíble ni supera un listón que el propio autor ha de tener muy claro que rebasó hace muchísimo tiempo. Da la sensación de ser la novela de un principiante, no digo más. Con un primer párrafo efectista y que crea unas expectativas falsas, una historia de hijo enfermo y de un padre -que no sabe que es el padre-en paradero desconocido que ha estado cerca de asuntos de actualidad, como la inmigración, y una manera de enfrentar los hechos con unas frases que no son propias de este gran escritor y quieren resolverlo todo mendiante la galanura de una prosa y unos párrafos para recortar que parecen propios del cine de sobremesa, de los telefilmes de media tarde, Fuentes tira por la borda la confianza que algunos habíamos puesto en él y se borra de la nómina de autores imprescindibles al confundir sentimiento con sentimentalismo, realidad con deseo, al abandonar el rigor e instalarse en la autocomplacencia y en el oportunismo nada oportuno, pues si bien temas como el maltrato están pidiendo a gritos escritores que los traten en sus novelas también debo decir que el acercamiento superficial y algo demagógico a un tema no hace sino enfriar más al receptor y nunca cambia las cosas, se convierte en letra muerta, en papel mojado. Un pena por partida doble. La de este escritor al equivocarse tan estrepitosamente y la de quienes podrían haberle aconsejado tirar por otro lado, ir más al fondo, no conformarse con plantear y no resolver las cuestiones apelando sólo al sentimiento. "Venas de nieve" es una novela que se olvida fácilmente, que no incomoda, que no da que pensar. Y eso es lo peor que puede ocurrirle a una obra que se pretendía valiente, decidida, honda y comprometida.

Walter Mosley: " El demonio vestido de azul" (y 8)


Ante todo, me gustaría que quedara patente que Walter Mosley es un autor de una gran categoría, que cuenta unas historias creíbles que se encuadran en el género negro pero son grandes obras literarias. Estamos ante uno de los escritores más interesantes del panorama actual, más allá de cualquier tipo de encasillamiento. Si en un autor como Juan Marsé detectamos de inmediato la gran aptitud pero sus detractores señalan como punto flaco su capacidad para emocionarnos y meternos de lleno en su mundo creativo, al ser tan personal, quizá a algunos pueda ocurrirles algo semejante con Mosley y su detective negro e inconformista, y cada cual ha de revisar la vigencia de sus prejuicios: pocos autores como estos dos son tan absolutamente novelistas en un tiempo en que la novela es casi siempre un pastiche. "El demonio vestido de azul" engancha al lector de ojos limpios desde el primer párrafo y no lo suelta hasta el final, dándole entremedias tantas oportunidades de gozar del acto de leer y de sentir y de pensar que creerá asistir a un banquete que le parecerá cosa del pasado. Pero no nos alteremos: todo está en su sitio, no hay grandes frases cada dos páginas para impresionar, no hay una narración de frase larga y cadenciosa que es como una ola en un mar de olas dulces - y que anestesian a la postre los sentidos -, sino una presencia constante, una voz que no desfallece y no embauca, que, tan próxima y certera, parece absolutamente real. El detective Easy Rawlins investiga por primera vez y por primera vez se siente detective. No tiene un arma, ni licencia, sólo es un negro pobre que quiere mantener su casita, su pequeña propiedad. Estamos en 1948. Tiene que encontrar a una bella dama con acento francés a la que busca un hombre que viste casi enteramente de blanco y tras el que está un poderoso, uno de esos tipos que pueden conseguir que un candidato a alcalde se suicide después de descubrir sus más oscuros secretos. La chica ha abandonado al poderoso llevándose 30.000 dólares, que el rico no tiene especial interés en recuperar: quiere a la chica. Easy investiga a la fuerza, para pagar su hipoteca primero y para que no lo maten después. La policía lo lleva a un minúsculo cuarto y lo maltrata, le apuntan con una pistola en otro capítulo, le ponen una navaja en el cuello. Ha de recurrir a la ayuda de un amigo de Houston que mata con la misma facilidad con que se queda, de golpe, dormido en cualquier sitio. Pero llega al final, encuentra a la chica y conoce su historia, la de una mujer que es un demonio vestido de azul, poderosamente atractiva y camaleónica, adaptable a cada hombre según sus características y sus defectos. No es su andadura típica ni tópica, no hay indagación al temido y actual estilo de pregunta-respuesta, no hay embrollos artificiosos ni interrogatorios repetitivos y cansinos como tanto se estila en la actualidad, sino un viaje a un mundo en que los negros eran seres inferiores; las mujeres guapas, diosas; y los ricos, seres casi divinos. Como ahora, vamos. Cuánta falta nos haría un Easy Rawlins español, que viviera en 2008 y acertase a describirnos nuestra confusa realidad, tan falsamente transparente.

Walter Mosley: El demonio vestido de azul (7). El niño judío


No es una novela exclusivamente policíaca (o negra) ésta. Cuando Easy va con un tipo en el coche, siguiendo una pista que le lleve hasta el hombre que puede saber dónde está Daphne, el otro le cuenta la historia de dos judíos, dueños de una licorería, que sobrevivieron al horror nazi. Y recuerda Easy lo que él mismo vio en los campos de concentración. Y recuerda la historia de un niño judío que se agarró al pantalón de un sargento. Tenía doce años, estaba calvo y pesaba veintitrés kilos. El sargento lo llevó un día a cuestas y lo dejó por la noche con las enfermeras. Pero el niño se escapó, buscó al sargento y el militar decidió permitirle que se quedara a su lado. Eran los días de la evacuación. El sargento le dio una barra de chocolate y otros soldados más golosinas. "Aquella noche nos despertaron los gemidos de Arbolito [Así lo llamaba Easy, por ir subido a la espalda del sargento]. Su pequeño estómago se había distendido aún más y no podía oír siquiera nuestros intentos de calmarlo... El médico del campamento dijo que murió por la riqueza nutritiva de lo que había comido..." El sargento llora su muerte. " Se echaba la culpa, y supongo que en parte la tenía. Pero jamás olvidaré lo que aquellos alemanes le habían hecho a aquel pobre niño, que ya ni siquiera podía comer nada bueno. "

Walter Mosley: " El demonio vestido de azul" (6). Besos de un padre


No es nada fácil entender al ser humano. Menos aún entenderlo y saber cómo contar, hablar de su lado oscuro. Y ya es tarea de escritores de altísima calidad - humana y literaria- expresarlo sin apelar a lo oscuro, lo evidente, lo fácil. Walter Mosley cuenta la historia de una chica a la que su padre lleva al zoológico. Tiene catorce años. Allí ella se fija - es su personalidad la que mira por sus ojos - en los animales que se buscan para el apareamiento. El padre hace como que no lo ve, desvía su atención, pero ella se da cuenta de todo, incluso una vez ve a dos cebras y su descripción del acto es muy gráfica y hasta desagradable. Pero una vez que salen de ver el zoo, el padre la besa en los labios, dentro del coche. LA chica se deja hacer y acaricia la cabeza de su padre cuando para, la deja caer en el regazo de ella y llora. Ella consuela al padre, arrepentido. Y cada vez que vuelve a llevarla al zoo, la niña y el padre se besan como amantes y hacen lo que hacen los amantes. Hasta que un día el padre se va, abandona a la hija y a la madre, que jamás se ha enterado de lo que hacen a escondidas. Easy le pregunta - es el oyente de la mujer que cuenta su historia - por qué se fue su padre, y ella le responde que porque la conocía y no se puede estar con alguien a quien se conoce bien. La sabiduría narrativa de Mosley es tan grande que concluye ahí la historia, para que el lector saque sus propias conclusiones. La mujer, adulta, es muy hermosa y una devoradora de hombres. Cualquiera desearía estar con ella. Pero parece que puede haber una aceptación de unos hechos tan claramente censurables y no una repulsa de los mismos. La hay: mientras la mujer está recordando y hablando, aprieta en algunos momentos la mano de Easy y es esa mano la que muestra el rechazo, la que se escandaliza, la que abomina de lo que está oyendo. La mano de Easy, el narrador de la novela, que hace unas horas ha acariciado el cuerpo desnudo de la bella mujer.

Walter Mosley: "El demonio vestido de azul" (5). El nacimiento de un detective


Easy empieza a investigar y busca al último hombre con quien estuvo la chica desaparecida, a la que él brevemente vio una noche pero ha vuelto a desaparecer. Y entonces nace el detective Easy Rawlins, un negro detective privado sin licencia por el momento. "Fueron aquellos dos días, más que cualquier otro lapso, los que me hiceron detective... Sentía un secreto regocijo cuando entré en el bar y pedí una cerveza con dinero que me había pagado otro. Le pregunté el nombre al mozo que atendía la barra y no le hablé de nada, pero en realidad, tra mi charla amistosa, se escondía mi trabajo para encontrar algo. Nadie sabía tras qué andaba yo y eso me hacía sentir como invisible; la gente pensaba que me veía pero lo que realmente veía era una ilusión de mí mismo, algo que no era real." Un momento inolvidable. Pocas veces vemos el momento exacto, el día en que un detective empieza a serlo o decide serlo. Con esta satisfación, con esta ingenuidad, Easy decide ser otro hombre.

Walter Mosley: "El demonio vestido de azul" (4). Crónica de un tiempo y de un país


Hay una suerte de sinceridad, de proximidad en cómo narra Walter Mosley que le engrandece y que es como si nos situara al lado de una ventana por la que vemos una calle y cuanto ocurre. Claro que esto sería insuficiente. Veríamos sólo lo exterior, sólo paisaje, y no tendríamos acceso al interior de los personajes. No es así: la voz de Easy está en continua lucha, en una permanente transición que le lleva de un deseo de estar tranquilo y sentirse seguro a meterse en problemas necesarios para poder pagar su casa y todos los demás gastos. Mosley lo refleja muy bien, así como las diferencias de las clases sociales y de raza. Hablando hace poco con un escritor amigo sobre estilos literarios, y él me decía que el de Hemingway y sus epígonos estaba de alguna manera superado, había que buscar otros derroteros. Acaso tuviera razón, en parte. Discutimos a veces porque yo defiendo casi en exclusividad la primera persona narrativa y él la tercera. En la novela negra es preponderante la primera. Mosley no abusa ni se deja llevar por los tópicos. Easy habla no sólo contando, sino dialogando con el lector, porque su voz es templada y de medio tono. Incluso asegura que él mismo oye una voz interior que le dice cómo ha de hacer esto o lo otro: "Es una voz sin lujuria. Nunca me ha ordenado violar o robar. Simplemente me dice cómo son las cosas si quiero sobrevivir. Sobrevivir como un hombre." Y yo percibo así su voz narradora: no cuenta hechos tremebundos ni sangrientos gratuitamente ni para destacarse o escandalizar porque sí, sino que nos habla de una lucha por la supervivencia en lo físico, en lo económico y en lo moral. Así, Mosley hace crónica de un tiempo y de un país.

Walter Mosley: "El demonio vestido de azul" (3). La peor clase de racismo


Atendiendo a los patrones clásicos, Mosley nos lleva por una trama que se complica y deja, como hitos en el camino, varios cadáveres. Easy Rawlins teme que le maten y no se va de Los Ángeles porque quiere mantener su casita. No se arredra y, atando cabos, se decide y va a ver al principal personaje de la función, el dueño de una empresa de inversiones que es quien ha dado la orden de encontrar a la chica con acento francés. Le recibe y Easy se sorprende al encontrar a un hombre pequeño, como un bebé grande, que le habla de la chica como un enamorado tonto. "Hablar con el señor Todd Carter fue una experiencia extraña. Es decir, ahí estaba yo, un negro, en la oficina de un blanco rico, conversando como si fuéramos los mejores amigos, o incluso más íntimos. Me di cuenta de que él no sentía el temor ni el desprecio que mostraban la mayoría de los blancos cuando me trataban... Fue una extraña experiencia pero ya la había vivido antes. El señor Todd Carter era tan rico que ni siquiera me consideraba en términos humanos... Yo podría haber sido un preciado perro ante el que se arrodillaba y al que abrazaba cuando se sentía abatido... Era la peor clase de racismo. El hecho de que ni siquiera reconociera nuestra diferencia mostraba que yo le importaba un bledo. " Así que toma una decisión: cobrarle también a él por encontrar a su amada. "En algún lugar del camino me acometió la sensación de que no iba a sobrevivir a aquella aventura. No había más salida que correr, y yo no podía correr, así que decidí exprimir a todos aquellos blancos y sacarles todo el dinero que soltaran... El dinero lo compraba todo. El dinero pagaba el alquiler y alimentaba al gatito. El dinero era la razón de que Coretta estuviera muerta y DeWitt quisiera matarme. De algún modo se me ocurrió que si conseguía bastante dinero a lo mejor podía recuperar mi vida."

Walter Mosley: "El demonio vestido de azul" (2). El trabajo, las humillaciones en el trabajo


Después de Ross Macdonald, es Walter Mosley el autor del género negro al que con más atención y placer leo. Como pocos, mete en la novela negra los temas que preocupan a cualquiera. Easy, después de encontrar a la chica blanca, va a su antiguo trabajo porque un compañero le ha dicho que le contratarán de nuevo. Se sienta ante el que fuera su jefe y "Traté de pensar qué quería Benny. Traté de pensar cómo besarle el culo sin perder la dignidad.", ya que ha de pagar su hipoteca, quiere casarse, tener hijos. Sabe que lo que le exigen a él no se lo exigirían a un blanco, que las horas extras destinadas a los "chicos" negros no pueden rechazarse. El jefe le pregunta qué quiere y espera que su boca se llene de disculpas, que sus manos se llenen de gestos sumisos, que sus ojos no le miren directamente a la cara. Pero, de repente, Easy ve en él al esclavista típico y, considerando que tiene dinero para ir tirando durante otro mes después de cobrar por el encargo de encontrar a la blanca, decide no humillarse, no tirarse a los pies del jefe, que como tantos de nuestra palpable actualidad - siglo XXI - exige sumisión absoluta. Y éste no tiene reparos en decirle que está ocupado. Pero lo llama por su nombre, y eso a Easy no le gusta. "¡Me llamo señor Rawlins!- le dije mientras me levantaba también-. No tiene por qué devolverme el empleo, pero sí tiene que tratarme con respeto... Yo le llamo señor Giacomo porque ése es su apellido. Usted no es amigo mío, y yo no tengo motivos para mostrarme irrespetuoso y llamarle por su nombre de pila.- Me señalé el pecho-. Me llamo señor Rawlins." El otro cierra los puños, pero se lo piensa mejor y acaba por decir: "Lo siento, señor Rawlins...Pero no tenemos vacantes en este momento."

Walter Mosley: "El demonio vestido de azul". Los hombres blancos


Primera novela protagonizada por Easy Rawlins, el negro investigador sin licencia al que conocimos en "Muerte escarlata" hace unos meses. Easy es más joven, estamos en 1948, la segunda guerra mundial ha terminado hace poco, muy poco cuando deja cicatrices en los cuerpos y en las mentes. El joven Easy es propietario de una casa por la que paga 64 dólares mensuales de hipoteca. Le han despedido porque no se ha mostrado muy dispuesto a hacer horas extras y a arrastarse ante sus jefes. Así que aunque se cuida de meterse en los asuntos de los blancos acepta trabajar para uno y buscar a una chica blanca. Conviven en la novela los asuntos cotidianos con los propios de la novela criminal, hay pinceladas que nos sitúan en la época a la perfección y resultan más efectivos que los sencillos detalles y algunas descripciones que nos ofrecen otros libros del género. El inicio es sencillamente magistral, porque nos hace entrar en la historia como si diéramos un salto desde nuestra realidad al mundo de Rawlins, sin transición: "Me sorprendió ver a un hombre blanco entrar en el bar de Joppy. No sólo porque fuera blanco, sino porque llevaba un traje blanco grisáceo de lino, camisa blanca, panamá y zapatos color hueso con relampagueantes calcetines de seda blancos... Se detuvo en el umbral de la puerta, llenándolo con su imponente estructura física... Cuando me miró sentí un estremecimineto de miedo, pero se me pasó enseguida porque en 1948 ya me había acostumbrado a los blancos...Yo había pasado cinco años con hombres y mujeres blancos, desde África hasta Italia pasando por París, y en mi propia patria. Comí con ellos y dormí con ellos, y maté a bastantes jóvenes de ojos azules como para saber que tenían tanto miedo de morir como yo."

La Balacera: 5 años


En los blogs nadie es viejo. Algunos sí son veteranos. Ricardo Flores dirige una agencia de noticias relacionadas con el cine negro y la novela negra. Hace cinco años que la abrió. Es un veterano al que le rindo honores por su trabajo y porque es una buena persona. Este blog se considera un pariente cercano y menor del que él tiene.