Giorgio Scerbanenco: Muerte en la escuela (y 3). Crítica


Necesitamos más novelas como ésta.
No hay maniqueísmo, hay personajes, hay historia y hay una mirada personal sobre el mundo.
"Muerte en la escuela" es quizá la mejor de las cuatro novelas que Scerbanenco escribió con Duca Lamberti como personaje protagonista. Con una mirada netamente dostoievskiana, Scerbanenco toma un caso que podríamos quizá encontrarnos en las primeras páginas de un periódico hoy mismo y nos ofrece literatura de la mejor, honda y veraz, esquiva todo lo trillado y sabido. Unos chicos que asisten a una escuela nocturna violan y matan salvajamente a su profesora. Ése podría ser el titular. A partir de ahí, lo más fácil es dejarse llevar por lo superficial, lo impactante, lo que ayuda a ganar lectores y dinero. Pero Scerbanenco, un autor nada conformista, no siembra de detalles truculentos su novela, no la empapa de sangre fácil y no nos entretiene con una historieta de policías buenos que luchan contra malos ciudadanos y se ganan nuestra admiración de inmediato. La vida no es tan simple como la pintan tantas novelas de este género amado. La vida está llena de recovecos, de decisiones morales que pueden o no tomarse, la vida fracasa en demasiadas ocasiones porque el equilibrio social nunca ha existido.
Estamos en 1968. Duca Lamberti es un policía con un pasado irregular, con una compañera triste que le ama aunque los actos de Lamberti la han dejado marcada para siempre, con una hermana que le necesita y una sobrinita que muere en los primeros capítulos mientras él se entrega a su trabajo con fervor y quiere llegar al fondo de una escena del crimen que le atormenta. Scerbanenco sabe conmover, sabe hacernos sentir, sabe narrar. Y por eso nos quedamos paralizados ante el cuerpecito de la niña muerta, en el hospital, y ante la cara vacía y sufriente de la madre que ha perdido a un ser pequeño y especial sin esperárselo, a causa de una pulmonía que sólo mata a uno entre cien mil pacientes. Scerbanenco, en breves pinceladas, hablando de la ropita de la niña, eleva la categoría de novela negra a novela de calidad, de alta calidad.
Las investigaciones tienen su lógica. Lamberti presiona a los chicos, se mueve furioso y rápido, pero los chicos callan y se refugian en una hábil coartada: yo no lo hice, fueron los otros, no vi nada, me mareé y no me enteré. Pero son jóvenes, demasiado jóvenes, y Lamberti sospecha que alguien los ha azuzado, los ha empujado a cometer el crimen. Y la investigación rompe su lógica. El tiempo es un enemigo y a la vez un aliado cuando se tiene paciencia. Y Duca apuesta por un chico, se lo lleva a su casa, alejándolo del reformatorio en que lo han internado al ser menor de edad, y espera. La novela nos presenta entonces a un nuevo personaje, nos informa de cómo es la vida de los humillados y ofendidos de los años sesenta del pasado siglo sin abandonar la línea narrativa, sin añadir palabras, meditaciones ni inútiles digresiones. Y, como ocurre en las mejores novelas, nos creemos a ese personaje, empezamos a tener ya no una imagen unidimensional de él sino otra más compleja, cambiante, que a veces nos mueve a la compasión y a veces al desdén: como en la vida misma, como ante muchas personas que conocemos en la vida real. Y la investigación, atípica, como atípico es su investigador -Lamberti, una de las mejores creaciones de la novela negra-, desemboca en el lugar en que aguarda el horror, en que puja fuerte la venganza, en que el ruido es ruido y miedo y desolación e imágenes que desnudan a algunas almas humanas que provocan asco y dolor.
"Muerte en la escuela" es una obra maestra del género y una gran novela a secas. No hay zigzagueos cansinos en su trama, como tantas veces nos encontramos en la novela negra estadounidense, exhibe una transparencia deudora de una concepción dostoievskiana de este arte que está perfectamente equilibrada con la profundización psicológica, sutil y experimentada. Se puede ver toda la historia, abarcarse con una sola mirada, contarse en cinco minutos. En su prosa -que se arquea a ratos, que se encoge y se expande en otros sin romper jamás su ritmo interior, que es expresiva, susurrante y clamorosa según lo requiera la ocasión,- hay una voz que nada le debe sino a sí misma, que es el fruto de una vida dedicada a un oficio en el que se progresa constantemente, que dialoga con el lector y le pone delante palabras y expresiones que justifican el medio, la creación sobre papel. Y, además, nos plantea una serie de preguntas que no resultarán jamás baladíes: ¿se puede creer en la pena de muerte en la vida privada y defender en público su abolición?, ¿se puede confiar en una sociedad que crea víctimas y las apaliza hasta que no les queda más remedio que reaccionar y adoptar el papel de verdugos?, ¿caben las segundas oportunidades en el corazón de los humillados?, ¿y en el corazón de los que sólo piensan en sí mismos? Acabo recordando una escena: la abuela de uno de los chicos le cuenta a Lamberti que el juez determinó que su nieto dejara la casa paterna y quedara a su cuidado, pero es un muchacho díscolo y no le hace caso y desaparece y no vuelve sino cuando le da la gana. ¿Qué puede hacer una anciana en tal situación, que la rebasa? Cuando el chico lleva varios días sin asistir a la escuela nocturna y se halla desaparecido, la anciana duda y, como está legalmente obligada a informar a la policía, oye los consejos de la asistenta social, que le indica que espere, que no le complique más la vida al muchacho, y también las reflexiones de la maestra, que la invitan a informar sin tardanza, porque cuantos más días pasen más grave puede ser lo que ocurra. ¿A quién hacer caso? ¿Quién tendrá la razón? No os quepa duda, amigos, de que, como sucedería en vuestra vida o en la mía o en la de cualquiera, la decisión de la mujer se presenta difícil y con un hondo componente moral. "Muerte en la escuela" es, en definitiva, una novela negra y también un tratado sobre la pasión y la venganza que encierra un agudo análisis social y político que nos acerca a temas que a todos nos preocupan.

Giorgio Scerbanenco: Muerte en la escuela (2). Duca Lamberti

Duca Lamberti es uno de los mejores personajes de la novela negra, uno de los más creíbles y singulares, de los que han sido creados con mayor acierto y sensibilidad. Es un médico que estuvo en la cárcel acusado de practicar eutanasia. Se hace policía ayudado por un amigo de su padre, que se convierte en su superior. Conoce a la perfección las calles de su ciudad, Milán, e interroga a los sospechosos dejando espacio a la duda y mirando más allá de sus intereses inmediatos y sus convicciones, fiel al instinto pero también a una norma que podría acercarle a la definición de policía humanista.
Es creíble Duca Lamberti porque come, porque le vemos pensar y tener dudas, porque le vemos equivocarse, empecinarse con y sin razón, porque es un ángel caído, ya que nunca podrá remontar del todo la pendiente tras haber estado en la cárcel. Uno de sus errores le sale muy caro: la mujer a la que ama recibe multitud de heridas en la cara que la desfiguran para siempre. Pero ella no le abandona y él no deja que lo consuma el remordimiento. Hay que aceptar las cosas como vienen, por duras que sean: es una de las lecciones que se aprenden leyendo las cuatro novelas que Duca Lamberti protagoniza.
Por supuesto, es un policía singular. ¿Cómo podría quedarse, si no, tan arraigado en nuestra memoria? Saca del reformatorio a un chico y se lo lleva a su casa, le compra ropa y lo pasea y lo cuida aunque ha participado en un asesinato -el de la maestra -, y no lo presiona, esperando que le cuente lo que sabe, lo que vio, que le dé detalles para atrapar al secreto instigador que movió los hilos y se sirvió de unos muchachos para un crimen horrible. Es singular porque se vale de su propia ética para investigar -no deja de ser nunca un policía, pero no puede aplicársele la plantilla del funcionario rudo y cabezón que sólo tiene una idea entre ceja y ceja-, porque se juega el puesto para llegar hasta el fondo de los casos, porque sabe que siempre tendrá un pie dentro y otro fuera ocupe el lugar que ocupe, consciente de que todo es provisional.
Duca Lamberti es un personaje de su tiempo, perdurable, porque asume la culpa y sigue, no se hunde en hondas y vanas meditaciones, porque sabe que el sistema es más fuerte que él y se aplica en su trabajo a fondo como respuesta a la dejadez, la indolencia y el conformismo general. Y también porque padece, porque sufre conteniendo sus emociones, porque no rehúye la mirada en el espejo pero jamás se deleita en exceso ante lo bueno ni ante lo malo que pueda causar.
Supongo que, de haber nacido en los Estados Unidos, de haber sido valorado con atención por críticos y devoradores de novela negra que luego se han convertido en escritores, hoy Giorgio Scerbanenco sería considerado un clásico imprescindible. Lo es. Las cuatro novelas protagonizadas por Duca Lamberti pueden ser leídas por cualquiera, exija lo que le exija a una novela, y la mirada y la sensibilidad del autor nunca defraudan, y tampoco la originalidad de sus historias, la profundidad de las mismas y el equilibrio entre lo que se dice y lo que se sugiere, cualidad que define al gran escritor y le otorga el premio de la permanencia y el reconocimiento de los lectores avezados, los lectores exigentes, que se enfrentan a los textos con ojos limpios.

Giorgio Scerbanenco: Muerte en la escuela


Una pandilla de chicos que estudia en una escuela nocturna viola y mata salvajemente a su profesora. Son unos actos inhumanos, cobardes, impropios de muchachos, aunque se trate de jóvenes inadaptados, delincuentes. Sólo con ver la fotografía de la muerta los propios policías sienten náuseas y rabia. Hay cosas a las que uno no puede acostumbrarse, hay crímenes horribles que no pueden dejar indiferente ni al más curtido profesional. Duca Lamberti, médico y policía, se siente impelido a resolver el caso como sea, aun a costa de no ir a su casa, donde le espera su hermana con su sobrina enferma. La pequeña tiene cuarenta grados. Lamberti recurre a su novia y a un pediatra amigo para que ayuden y acompañen a la hermana y a su hija. Mientras interroga a los chicos, la niña empeora, luego se recupera, y él decide seguir adelante, descubrir al culpable, al verdadero culpable, pues los muchachos dicen que no participaron en la violación y el asesinato, cada uno declara individualmente que le obligaron a permanecer en el aula y que tuvo que beber y no se enteró de nada. Estamos en 1968. No había C.S.I. Cuando el jefe le dice que se vaya a su casa a descansar, Lamberti le pide que le deje continuar con el caso, que haga lo posible para que el juez aún no se lleve a los chicos de la comisaría. Y se marcha con la cabeza llena de fotos, de declaraciones falsas, de rabia y de dolor. Y en su casa no le espera nadie. La niña -víctima de una pulmonía fulminante, un caso entre cien mil- ha muerto.
Giorgio Scerbanenco, uno de los grandes de la novela negra, deja solo al lector ante la tragedia durante unos instantes, aunque la novela sigue, pues no hay páginas en blanco, claro, y nos pone en el lugar de Lamberti, empecinado en resolver el caso, imbuido de un deseo de justicia que le ha impedido estar con su sobrina y con su hermana durante las últimas horas de vida de aquélla. El planteamiento moral está servido, tácita y brillantemente, y el lector tiene la última palabra. El lector que seguramente cerrará el libro un instante y meditará, tragará saliva, tendrá una de esas fuertes sensaciones profundas que la literatura de cuando en cuando nos procura y que la hacen tan necesaria e insustituible.

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