Beltenebros, de Antonio Muñoz Molina

En "Beltenebros", el prodigioso narrador que es Antonio Muñoz Molina facilita palabras para ver algunas imágenes que sólo el cine nos ha servido con fidelidad y con pasión después de haber existido en la imaginación de algunos grandes creadores. Y son palabras de una riqueza y una variedad que resultan una auténtica fiesta del idioma, que en manos del gran escritor andaluz se saben queridas, respetadas, acariciadas, nunca manejadas: Muñoz Molina, en cada párrafo, en cada capítulo demuestra un amor por la palabra que pocas veces hemos visto antes en nuestro idioma. Contra quienes quieren creer que el autor de Beltenebros es un estilista se levantan de inmediato cientos de ejemplos en sus libros que aclaran que nunca se entrega a la floritura, al exceso verbal, a la prosa para el oído y el gusto más a flor de piel. La precisión, la envoltura perfecta, el acabado de las páginas es excelente porque Muñoz Molina es además preciso, muy preciso, y su escritura responde siempre a lo que le pide la historia, algo que no siempre los críticos, ciertos críticos y ciertos escritores, han querido ver: hay mucho más contenido en las novelas aparentemente de acción, policiales, de este merecido académico de lo que una lectura sencilla o apresurada, condescendiente puede percibir. Quizá falta aquí alguna hondura en los personajes -pero queda compensado con la equilibradísima armazón de la trama- y hay muchas imágenes emparentadas con otras que nos han llegado a través del cine, pero el lector atento y sin prejuicios encontrará asimismo una verdad profunda en los actos de esos mismos personajes, en sus movimientos delante y detrás de la escena, y donde otros ven homenaje y repetición es posible ver también una sutileza sin engaño, una matización verdadera y nada epidérmica, y una inserción permanente de detalles nada cinematográficos, como los olores, lo palpado y lo soñado, lo ausente y casi percibido que son pura literatura, alta literatura: quizá Muñoz Molina parte en algunos capítulos de escenas que nos recuerdan a otras del cine, pero la pureza de la narración, la sostenida hilazón y lo ejemplar del lenguaje que no recrea, sino que crea sensaciones nuevas, que permite la identificación y la empatía son el producto de una verdad y de un oficio desarrollado con un amor absolutamente noble y sin engaño. Jamás te acerca "Beltenebros" a espacios que prometen y no recompensan, jamás crea esta novela expectativas que no estén sostenidas con el texto y con una riqueza del lenguaje y de la percepción que cualquiera puede ver y compartir con una abierta y reposada lectura.
Con pocos personajes y una trama cuidada hasta el último detalle, en la que la utilización de los elementos cinematográficos responde a una sugestión imaginativa y metafórica de los espejos y del paso del tiempo que crea profundas cicatrices, Muñoz Molina cuenta una historia en la que se fabula abundantemente, a la que no le faltan la simbología ni la concatenación de escenas que están en la memoria y en el presente de lo que viven los personajes hasta llevarnos no a la culminación de una novela de género sino a las puertas de una novela mucho más abstracta y con cierto aire de melodrama de tintes clásicos y emparentado con la mitología que gana porque, como dije más arriba, jamás miente, jamás escapa con excusas y jamás se agota en sí misma, pues si bien parte de unas influencias externas crea unas nuevas imágenes, unos nuevos personajes y unas nuevas influencias que, como ocurre con las obras musicales inspiradas en temas ajenos, son algo nuevo a su vez, una celebración y un nuevo enfoque y una nueva línea que en cualquier caso no puede sino considerarse, en todos los ámbitos y desde todos los puntos de vista, como maestra al hablar de "Beltenebros". Esta es una novela que puede ser leída como negra, y que además invita a una lectura más profunda que puede emprender cualquier lector que, como yo, la relee al cabo de muchos años y halla en ella lo que un día vio, acrecentado y multiplicado y salvado de la intoxicación de la pasión o el rechazo inmediatos, pues en su condición de obra clásica esta novela permite ya una mejor y más reposada visión de conjunto y una valoración altísima que ya quisieran para sí no solo las novelas negras de cualquier tiempo -entre las que esta debe figurar como un logro capital-, sino las llamadas novelas serias que difícilmente consiguen un acabado semejante, que revela la mano segura de un escritor de raza y oficio, y un interés en la lectura que resulta en casi todos los capítulos casi hipnótico. "Beltenebros" ha ganado con el paso del tiempo: se equivocó mi admirado Rafael Conte al considerarla una novela menor.