Manuel Vázquez Montalbán: Los pájaros de Bangkok

    



   Los pájaros de Bangkok es la más poética de las novelas del ciclo Carvalho, quizá la mejor escrita y la más completa, la de mayor calidad artística para quien no ama el género negro y también para quien lo ama, la que cuenta con un mejor final y con más imágenes -literarias y paisajísticas, literarias y del alma-, con más frases recordables y con los personajes mejor dibujados. El perfectísimo equilibrio conseguido por Vázquez Montálbán entre lo duro y lo sentimental quizá no lo hallemos en tan alto grado en ninguna otra novela suya, con Carvalho o sin Carvalho dentro. 
   El viaje de Carvalho por Thailandia detrás de la estela fugitiva de una conocida que va en busca de sí misma y de un acompañante que alivie sus dudas existenciales está complementado con lo que ocurre después de la muerte de una hermosa rubia a la que muchos tocaron y pocos quisieron y que fue asesinada acaso por quien más limpiamente la deseó. Son dos casos que no confluyen, que se rozan pero no se contaminan vanamente, son dos rostros de piedad y desasosiego vistos con un poderoso aliento revelador de la soledad y del desconcierto, del no saber hacia dónde ir ni qué se es. Me atrevo a decir que esta es también la novela carvalhiana más existencialista, por encima de esa otra obra maestra que es Los mares del Sur, pues personajes como el economista francés perorador son un vivo y fascinante ejemplo. 
   Parece mentira que en nuestro país aún no se celebre a Vázquez Montálbán como se merece, que en Letras hispánicas de Cátedra no haya aparecido ya una novela de Carvalho, que no se reconozca que las mejores novelas del ciclo son imprescindibles para saber qué pasaba en este país en la época que reflejan, que tienen tanta categoría estas crónicas como las de Baroja, que Vázquez Montalbán es un autor esencial de la literatura última. Sin miedo y con convicción limpia, creó a un personaje y unas historias que pueden y deben ser leídas como negras, pero asimismo pueden y deben ser leídas como literatura del rango más alto. Entretienen estas novelas, pero son mucho más que entretenimiento. La poesía que en la prosa de Los pájaros de Bangkok encontramos, el viaje como búsqueda de lo absoluto y de lo más íntimo a la vez que presenta nuestro querido autor en este libro es una peripecia que se lee devorando y asimilando muchísimo a la vez gracias a la inteligente y abierta mirada montalbaniana, en la que están, sí, el sexo -abundante, como en la vida misma, ya se en los hechos o en las miradas-, algunos episodios violentos -el ser humano es violento y se manifiesta en muchas ocasiones más sinceramente a través de la violencia que sentado sobre su pasividad-, pero además está lo que se come -y nos define-, lo que se desea -y nos muestra-, lo que se esconde -y nos radiografía-, lo que es oficial y lo que es real -y no puede negarse, se comparta o no-: todo eso está en esta novela que es la cumbre de un género, que está en la cumbre junto a las mayores obras de Chandler, Hammett, Macdonald, Simenon, Black, y al lado y sin desmerecer de cualquier otra que sin ser negra, amigo, ahora te venga a la memoria mientras me lees. El más acertado ejercicio de estos últimos meses para mí ha sido releer a Manuel Vázquez Montalbán y estar ahora y aquí afirmando que con cuarenta y siete años de ningún otro autor he aprendido ni asimilado tanto y que ningún rubor ni ingenuidad me limitan cuando reitero que es uno de los escritores esenciales del siglo XX y que el ciclo Carvalho, en sus mejores logros, posee una belleza y una verdad inmarcesibles y rotundas de maestro de la literatura.

Manuel Vázquez Montalbán: Los mares del Sur




    No hay ninguna otra novela negra que empiece con una narración tan exacta, luminosa, esencial y creativa en su prosa como Los mares del Sur. Son seis páginas de puro deleite, plenas de imágenes imborrables, escritas en estado de gracia: colores, sonidos, sensaciones, pensamientos, temores, ilusiones, acción, deseo: todo está aquí, pletórico, invitando a una continua relectura.

Manuel Vázquez Montalbán: Los mares del Sur




   Sin duda la mejor novela negra escrita en nuestro idioma, Los mares del Sur es además un libro inagotable, al que puede volverse siempre, que admite lecturas juveniles y adultas, tanto la de los que buscan la aventura del relato detectivesco como la de los que buscan la literatura de calidad incuestionable, pues es la obra -no hay que olvidarlo- de un gran escritor que además era un gran poeta. Y tengo además a esta inolvidable novela por una de las mejores del siglo pasado, una de las esenciales gracias al buen oído de Vázquez Montalbán, a su compromiso invencible con la realidad social, a su inteligente selección de materiales para hablarnos con emoción sostenida y sincera de una época y unas gentes que reflejan a muchos de los que existieron y existirán. 
   Como muy bien me recordaba mi amigo Juan Herrezuelo hace poco, una de las mayores influencias que en mi vida de escritor he tenido es la de Vázquez Montalbán, y reconozco que sin el escritor barcelonés ni mi estilo ni mis personajes, ni mi visión de la vida ni mis inquietudes sociales y políticas serían las mismas: en MVM hallé un maestro cuando yo era joven y es claramente uno de los que autores más han estado presentes cuando planeaba los dos libros que he publicado y uno que aún no ha visto la luz. Y esto de manera inconsciente, como se asimilan las verdaderas y decisivas influencias, como se conduce años después de que alguien te ha enseñado, como se vive años después de que alguien te ha brindado las mejores enseñanzas. Hubo otros maestros, pero pocos han dejado en mí tan honda y precisa huella. Hubo otras novelas, pero muy pocas han dejado en mí tanto, me han permitido tanto, me han enseñado tanto. Cuando Manuel Vázquez Montalbán murió, también algo de mí murió. 
   Y es Carvalho -el ciclo de novelas dedicado a Carvalho, sobre todo las primeras, hasta El premio- el personaje clave: por su inconformismo, por su anarquismo nihilista -según definición del propio MVM- y utópico y vivificador -añado yo-, por su sentido de la justicia, por su libertad, por su controlado sentimentalismo y también por sus contradicciones tan humanas. Y no hay otra novela de todo el ciclo en la que Carvalho esté mejor definido, más vivo, más abierto al recuerdo personal. En Los mares del Sur, Carvalho vive y recuerda -a su padre, a su madre, su infancia-, se encuentra con el que fue en una esquina, con las palabras y consejos de su padre, el cariño de su madre en lugares propicios mientras investiga dónde ha estado escondido durante todo un año -lejos o muy cerca-  un rico hombre negocios al que han asesinado. MVM inserta pequeños fragmentos que salen de los recuerdos de Carvalho en medio de la acción investigadora, a la manera en que la memoria actúa en cualquier persona, de repente y sin pedir permiso: qué gran lección de narrador. Como lo es también la prosa personalísima y de sintaxis sencilla, la prosa comprensible y atenta al vocablo popular, la prosa con retazos poéticos que aumentan la calidad del texto significativamente, magistralmente. Nunca en ninguna otra novela negra he encontrado tanta belleza creativa, y en muy pocas en nuestro idioma tanta poesía útil, creíble, compartible, sólida y también a veces dura, nunca falsa ni despeñada por el camino de lo tierno inocuo y sagazmente amañado. 
    Son para mí inolvidables escenas como aquella en la que Carvalho visita al encargado de los constructores de San Magín y al fondo un niño ve la televisión y le pregunta al iaio por un personaje de la telenovela que sigue mientras hace los deberes, la misma telenovela que ven los hijos del siguiente personaje al que visita Carvalho minutos más tarde: eran los unos años en que todos nos sentábamos ante el televisor a ver lo mismo y único. O aquella otra en que vemos a Biscúter roncar con un ojo abierto, y aquella en la que vemos al joven Carvalho perseguir a muchachas de las que se sentía instantánea y fatalmente enamorado, o aquella en la que Yes se desnuda por primera vez, o aquella en que Carvalho viaja en metro, o aquella en que Carvalho afirma que todo el mundo es una mierda, o aquella en que llora Carvalho, o aquella en que la madre le prepara una merienda, y cómo no aquella en que la perrita no acude a ladrar. Son muchas escenas en una sola novela que no es perfecta ni aspira a serlo, que sabe jugar muy bien con los tópicos del detective y la chica jovencita subyugada por aquél, con los excesos de deseo y sexo materializados sin vergüenza y sin rodeos -la escena en que Carvalho se masturba tampoco puede olvidarse-, con la irrealidad de un detective que solo puede existir en una novela y que sin embargo acaba pareciéndonos más real que nosotros mismos, los lectores, fuerza y plasmación que solo se consigue y solo brota de las más grandes novelas.  
   En esta historia sostenida en la pérdida y en la sensación de que el tiempo no es un aliado, sino un enemigo feroz que arrebata y tienta pero solo amaga, propone y no te concede otra oportunidad, sobresale la apuesta por la vigencia de lo vivido, de lo que nos ha hecho, de lo que somos si sabemos ser. Sobresale la apuesta por la verdadera libertad, por decir adiós al engaño y a la vestimenta social impuesta, por las relaciones que duran si no tienen pies de barro e intereses que no caben en una mirada limpia, por sentir al otro no como ajeno, sino como alguien próximo y doliente, igual que tú y que yo. En esta novela que es una de las cuatro o cinco que prefiero por encima de todas las otras novelas que he tenido la oportunidad de leer, de joven y de adulto, hay un mundo que es literatura y sueño y verdad y ojos despiertos para siempre. 

Dashiell Hammett: La llave de cristal

   


   En los escritos de Dashiell Hammett hay algo que a primera vista parece liviano, quizá porque hay mucho de teatral en ellos. Y me refiero con esto a la abundancia de diálogos, a las descripciones someras y continuadas que indican todos y cada uno de los gestos de los personajes, a una especie de transparencia cándida que puede confundir, hacer pensar que se trata de relatos frágiles, sustentados en poca literatura, en un envoltorio de palabras que vuelan fácilmente. Sin embargo, nada indica que Hammett sea un mal escritor, un autor con pocas artes, con limitado talento. Y es que la clave está en ver que opera por sustracción, que se guarda mucho y muestra solo lo esencial, porque intenta transmitir sin trampas, sin aderezos vanos, con la mayor sinceridad que puede alcanzar la ficción narrativa. Y lo logra, lo logra plenamente, casi mágicamente, diría, porque no es nada fácil escribir con tal desnudez, con tal justeza, con tal precisión. Cuando relees a Hammett comprendes que es uno e inimitable, y un maestro del arte de narrar. 
   La llave de cristal es una épica historia de ricos, poderosos y buscadores de la verdad que sigue siendo tan importante como la consideraron autores de la talla de Gide y Malraux porque no se ha dejado nada por el camino, no ha envejecido y es un ejemplo de por qué es mejor la literatura sin adiposidades, sin excesos, sin el ego del escritor dominando neciamente sobre el texto. La amistad entre dos hombres, eso que tan bien contó más tarde Chandler en El largo adiós, pocas veces se ha mostrado con tanto respeto, tanta pulcritud, tanta nobleza. La búsqueda de la verdad, caiga quien caiga, pocas veces se ha llevado por caminos tan bien trazados, tan diáfanos y tan reciamente comprometidos. La denuncia del sistema capitalista y de sus lacras pocas veces se ha contado tan bien ahondando en las contradicciones, los deseos espurios, la necesidad de aparentar y de alzarse por encima de los semejantes. Hammett no utilizó la novela negra para ligarla a sus intereses, sino que la novela negra nació con Hammett: fue la plasmación más alta de para qué se inventó este género, qué horizontes prometái, qué mentiras podía dinamitar, qué retos atractivamente ofrecía. Ned Beuamont es un gran personaje, un personaje mítico, así como Paul Madvig, claro ,tanto tiempo después, pero además son personajes que le resultarán cercanos a cualquier lector, porque en esa aparente liviandad del estilo de Hammett supo insertar este algo que los que vinieron detrás no consiguieron apenas: la verosimilitud, la debilidad humana, la fe humana en lo que se hace, el temor humano por lo que quizá ocurra si fallan las fuerzas o la suerte. Ese es el gran secreto de Hammett, lo casi mágico de este escritor inmortal: al apartar al héroe, al esquivar las servidumbres de lo épico y lo idolátrico creó a seres que están en sus novelas y tienen la fuerza de quijotes, lazarillos, hamlets, karamázovs. Ahí es nada. 

Juan Madrid: Un trabajo fácil

 


   Relato duro, muy bien urdido, con sorpresa final que es marca de la casa: Juan Madrid es de verdad un escritor de novela negra, que entiende que las historias que llevan ese nombre son contundentes y tienen siempre un pie dentro del barro, un claro tinte social y de denuncia: eso que antes se llamaba compromiso y que fue arteramente desprestigiado por gente interesada para hacernos creer que la literatura solo es goce de la palabra y entretenimiento momentáneo. Este es el primer relato del primer libro de Juan Madrid y hay en él ya un mundo definido, una actitud valiente y una mirada directa a la realidad de un tiempo que es breve ayer y aún presente vivo. Un grupo armado piensa matar a la mujer del presidente, cometer un atentado impactante que no parece difícil de realizar desde el lugar en que permanecen a la espera. Han retenido a dos mujeres, que habitan la casa elegida por su distancia estratégica, y consumen los minutos que faltan seguros y confiados. Falta un disparo, o los disparos.