The East, de Zal Batmanglij

 


No es la película con final sermoneador ni conservador que puedes esperar, así como tampoco la cinta con acción farragosa o abracadabrante tan propia del país del que proviene: por el contrario, The East propone una meditación sobre algunos abusos del capitalismo y algunos poderosos abusadores del capitalismo que, pese a no descubrir nada ni mostrar escenas que aparezcan como rocío ante nuestros ojos, no está premasticada ni enlatada para consumo de simples y de prosélitos. Establece un diálogo sobre formas y maneras de contraataque y de respuesta a la agresión permanente del sistema y no miente, no endulza apenas y no se descalabra forzando expresiones infantiles increíbles. No es una magnífica película, pero es de las que no debes dejar pasar si no tragas con todo, si eres anarquista o simplemente inconformista. 

Norman Mailer: Los tipos duros no bailan

   


   Aunque arranca de una manera morosa y quizá algo confusa teniendo en cuenta el resto del libro, Los tipos duros no bailan es sin lugar a dudas una novela negra, muy negra: negra porque tiene una investigación dentro y negra porque cuenta cosas del lado oscuro, de un lado muy oscuro de la existencia humana. De Mailer, uno de los narradores esenciales del pasado siglo y de cualquier siglo, no puede esperarse una obra blandita, desfallecida, hecha solo para el entretenimiento. Si algo caracterizó al grandísimo escritor estadounidense es su bravura frente a los temas abordados, su compromiso con la verdad más honda y mostrada sin afeites ni adornos vanos, pues iba directamente al centro del problema y lo  describía sin cortapisas, como pocos se han atrevido. Mailer es hierro y sal. Y esta novela está llena de hierro y sal. 
   Se nos cuenta la historia de un escritor que no vive de su oficio, sino trabajando como camarero, y que ha tenido un golpe de fortuna al enamorar y casarse con una mujer muy rica que, al empezar la novela, acaba de abandonarlo. Dueño de una pequeña plantación de marihuana, Tim Madden es un adicto al alcohol y al sexo, un tipo desprejuiciado al que le gustaría además ser duro. Tendrá ocasión de demostrarlo cuando se encuentre la cabeza de una mujer en el hoyo en el que guarda la marihuana. Aunque lo primero que le ocurre es que siente avanzar hacia la locura y pierde el control sobre sí y sobre sus recuerdos, en los que puede haber actos que lo incriminen no en un asesinato, sino en varios. Pasado el primer trecho, Mailer va directo al género y nos entrega una novela que rebosa misterio y páginas de gran altura literaria, en la que hay mucho, mucho sexo, un extenso estudio sobre los tipos duros y la homosexualidad, el dinero y su carencia, la realidad y su hermana gemela: la locura. Mailer argumenta muy bien, nos hace entender que una persona no es nunca una sola persona, que en una persona conviven la real y la imaginaria, la leal y la traidora, la afortunada y la desdichada, la viciosa y la pura sin que se rompa la forma en que ambas son contenidas y viven respetando unos límites, unos espacios que permiten a la persona en que habitan no ir a arrojarse a un precipicio ni a matar a todo aquel a quien encuentran por la calle. Es la gran lección de Los tipos duros no bailan: nadie está acabado como un cuadro expuesto, nadie es perfecto como un paisaje formado durante miles de años, nadie es peor que el de al lado. 
   Excesiva, carnal e imperfecta, reflexiva y contundente, la prosa poderosa de Mailer es un festín para el buen degustador siempre, y Los tipos duros no bailan una de esas novelas que nacieron para sacudir y no dejar indiferente, para mostrar con toda crudeza qué es amar y qué es morir. 

Alicia Giménez Bartlett: El silencio de los claustros

   


   Una de las grandes diferencias de las novelas de Alicia Giménez Bartlett con respecto a muchas otras novelas del género reside en la bien asentada ideología de la autora. Y me refiero al hablar de ideología no solo de política, sino también de ideas y conceptos. La escritora albaceteña esparce a lo largo y ancho de sus textos muchas ideas, las sirve mediante inteligentes y realistas diálogos en los que se habla del matrimonio, los hijos, la función pública del poder, la jerarquía, la verdad. la mentira. Y así va haciendo una crónica de nuestro tiempo con estas historias tan bien equilibradas en las que la mitad de las páginas están dedicadas a la investigación de un asesinato y la otra mitad a la vida privada de Garzón y Petra Delicado, los policías. Conforme la serie avanza, conforme suma novelas a ella, la madurez es cada vez más evidente, así como el aplomo, el swing, y el manejo de los distintos elementos más sabio. La facilidad para tratar temas actuales, para que los personajes resulten creíbles, las conversaciones nada formalistas y los casos menos previsibles en su resolución y en su estrategia destacan a Giménez Bartlett y la acercan paso a paso a la consideración de maestra del género, cima en la que hay muy pocos autores, aunque muchos crean estar allí y muchos otros se sientan equivocadamente habitantes fijos.
   El silencio de los claustros es una gran novela. Con los mismos materiales con que otros se despeñan por mor del humor mal entendido, el coloquialismo desordenado, la precipitación deductiva o la vana exposición del mundo privado del investigador, Bartlett traza unas líneas lógicas y ata cabos sin retorcer la verosimilitud ni caer en el espectáculo chillón o de cartón piedra, deja pistas fundamentales a la vista de todos con alta pericia, no emborrona ni complica inútilmente y cuaja una buena historia de lo que antes se llamaba denuncia social o realismo crítico que no desmerece al lado de grandes inventos y fabulaciones de lo que llaman literatura seria y sin adjetivos. La imagen final así lo atestigua, y nos remite a escenas de blanco y negro que estaban contaminadas por la manipulación y el interés oscuro y necesitaban una revisión en la época del color y de la libertad de expresión. Dura es Petra en sus análisis sobre ciertas limitaciones religiosas, sobre ciertas congregaciones, y piadosa es la autora en su visión de la salida, la amplitud de miras, el convencimiento de que todo está aún por hacer si se dispone de fuerzas y de deseo de no ser árbol con las raíces hundidas y secas. Con este libro en el que hay un beato momificado, unas monjas voluntariosas, unos monjes precavidos, unos policías modernos, Alicia Giménez Bartlett revisa, medita, narra con una flexibilidad y riqueza de matices magnífica y no utiliza nunca los lugares comunes, los tópicos para el juego hueco y la literatura de ocasión, light: esta es una novela de una de nuestras mejores escritoras, de las más lúcidas y más arriesgadas de hoy en día. 
 

Jack London: Martin Eden

 


   Un marinero de veinte años, fuerte, guapo y curtido, con un historial de delincuencia y trabajo rudo, es invitado casi por accidente a cenar en un hogar pequeño burgués y queda fascinado ante lo que sus ojos le presentan como cultura y civilización. La muchacha que lo acoge piensa que debe salvarlo "de la maldición del ambiente en que había nacido" e incluso "de sí mismo a pesar de sí mismo".

   Edita: Alba Editorial  

George Pelecanos: El jardinero nocturno




   La novela negra es como una cocina en la que hay un limitado número de ingredientes y un cocinero que prepara una cena que al paladar debe resultarle familiar y a la vez sorprendente, renovadora. Lo más habitual es encontrarse con cocineros que solo mezclan los ingredientes y no buscan nuevos sabores, y se conforman con poco. Estiman que el que luego probará lo cocinado se sentirá satisfecho con una pequeña modificación, un mínimo cambio. Así, salen novelas negras por docenas, por cientos, y en muchos casos el lector se encuentra con que se hacen casi en serie y ya casi no se necesita la intervención del cocinero, del fabulador, del autor. Mucha culpa de lo que ocurre la tienen los editores, empeñados en explotar hasta la extenuación un éxito casual o precocinado. También es culpa de una visión reduccionista de la literatura, muy cercana al exclusivo y excluyente logro monetario. Cuesta mucho encontrar una nueva voz, un nuevo enfoque. Y, sobre todo, cuesta encontrar posturas honradas, sinceras, a escritores con el espíritu de Baroja, que crean en la literatura como otra parte -esencial- de la vida y no llenen páginas sin más o porque sí, sino porque le dan a la vida literaria lo que en la vida a secas encuentran. 
   No había leído hasta ahora a George Pelecanos. Y tengo la certeza, después de leer El jardinero nocturno, de que se trata de uno de esos escritores que no cocinan para engañar, tampoco para únicamente entretener ni para ganar dinero. Pelecanos orilla lo superfluo y lo comercial gracias a su apuesta por lo menos descollante, lo menos epidérmico, lo menos sabido y pretencioso. Si sigue la labor de unos detectives de la policía, dice verdades siguiendo su periplo investigador como un reportero independiente; si narra un asalto y un ajuste de cuentas entre delincuentes, dice verdades al no olvidarse de la caracterización social; si nos lleva hasta el apasionante recorrido en la caza de un asesino en serie, dice verdades al no convertir su novela en una historieta para biempensantes y manejadores de los códigos de venganza del Antiguo Testamento. 
   Pelecanos tiene mucho de Hammett: podría afirmarse que es un heredero directo por su prosa ajustada y permeable a algunas pinceladas muy coloristas en breves pasajes iluminadores, de gran sensibilidad,  y por las descripciones de los personajes y de los lugares en que se estos se mueven. Y acaso también por la mentalidad crítica pero no destructiva, en ningún caso nihilista. Lo que suma a lo ya dicho, lo que aporta de nuevo es evidente en el realismo de la historia, en la cabal retención de la necesaria violencia y en la cercanía casi milimétrica con que la voz narradora está situada para contar desde la distancia más precisa según cada personaje, según cada voz. Solo en esto hay virtuosismo en El jardinero nocturno, pero es el virtuosismo del talento puro, de la pura verdad interior que empuja a contar, a ser un escritor empatizador, un hombre que mira y cuenta y se esfuerza por que lo dicho no se desvanezca. 
   El jardinero nocturno es un logro mayor de la novela negra. Su final es uno de los más perfectos que he leído nunca. Uno o dos de sus personajes principales son memorables. Y Pelecanos es un autor al que habrían leído con gusto Gide y Malraux. ¿Qué mas cabe añadir?