Daniel Santiño: Los crímenes del opio

 



 

 

«Un thriller de procedimiento judicial con una excelente trama y una fortísima tensión. La habilidad del autor en el abastecimiento y la dosificación de detalles y datos de la investigación arrastra al lector a un final sorprendente.» Jurado del Pre

 Diciembre de 2012. En la localidad barcelonesa de L’Hospitalet de Llobregat, se encuentran unos restos humanos dispuestos en una macabra escenografía.
La unidad de crímenes violentos de la DIC (División de Investigación Central) del cuerpo de Mossos d'Esquadra se verá inmersa en una investigación sin precedentes y con la presión de un seguimiento mediático internacional.
Los asesinatos se suceden, cada vez más crueles y sangrientos, ante el desconcierto e impotencia de los agentes que no logran encontrar en ellos una sola pista que les haga avanzar en el caso.
El sargento Víctor Santino, al cargo de la investigación, no solo deberá enfrentarse al asesino en serie más prolífero y peligroso de toda la historia del país, sino que también lo deberá hacer con los impedimentos implícitos en un cuerpo policial politizado y arrastrando los efectos de un terrible episodio de su pasado.
Víctor Santino lidiará a contrarreloj contra una mente privilegiada y perversa, en una lucha que traspasará las fronteras entre lo profesional y lo personal y que pondrá en peligro su vida y la de todas las personas que le importan.


   Edita: Roca

Ernesto Mallo: Crimen en el barrio del Once

     


   En esta primera novela de la tres dedicadas al comisario Lascano, Ernesto Mallo apuesta más por ser escritor que novelista. La trama negra está resuelta con coincidencias y casualidades que a estas alturas se antojan débiles y despreocupadas, con un marchamo de indolencia que al avezado lector del género incomoda, ya que parecen los recursos fáciles con que algunos escritores que no conocen bien la novela negra solventan las investigaciones en que adentran a sus personajes. Que Lascano siga al presunto asesino justo cuando este va a empeñar la pistola con que cometió el crimen es acudir a un recurso evidente y simplista que debería haberse evitado, que no hubiera costado demasiado evitar. El encuentro con la chica que se parece a su difunta esposa es también más propio de un guión televisivo que de una novela seria. Por eso afirmo que Mallo quiere ser más escritor que novelista, y quizá también porque no le falta prosa para lograrlo, ni armas con que defenderlo: excelente es el pasaje amoroso, bellamente cortazariano, que describe el primer chispazo de amor y sexo de Lascano y Eva; muy notable el pasaje de la quema de los papeles decisivos, donde arde vigorosa y plena una buena literatura; destacable la estructura de la novela, que avanza y retrocede en su trama sin que rechine nada, algo que no siempre funciona con igual brillantez en manos de otros que asimismo aman los flashbacks. 
   Por todo esto, la valoración global no puede ser más que a medias positiva, pues Mallo se deja llevar por su deseo de evidencia y, siendo valiente y denunciando sin que le tiemble el pulso los males, abusos y crímenes de los militares argentinos durante una época atroz de desaparecidos y muertos por razones espurias y bravas, intenta subrayar lo que acontece, describir salidas y marcar caminos de esperanza y se equivoca porque le pierde el buen deseo y traiciona una máxima no escrita pero indeleble que afirma que las buenas intenciones ahogan muchos buenos propósitos e ideas al cargarlos con demasiado peso, hasta hundirlos y no permitir que tengan vida propia, recorrido propio. Es justo lo contrario de lo que tan bien logró John Le Carré en El hombre más buscado: hacer crónica, decir lo que se sabe pero sin caer en la insistencia de las verdades ya conocidas. Aunque eso no obsta para añadir que la voz de Ernesto Mallo, más escritor que novelista en esta entrega, es para mí un aporte a tener en cuenta en el exigente mundo de la novela negra de calidad. 

Benjamin Black: En busca de April

   


   Indudablemente, la prosa de John Banville, que escribe novelas negras bajo el seudónimo de Benjamin Black, está muy por encima de la que pueda manejar cualquier otro autor del género. Y eso a pesar de que Banville dice que escribe como Black deprisa y en modo artesano. Lo importante es que encaje con lo que se narra, que no lo entorpezca ni sea un engalanamiento estéril. Y la prueba mayor, sin duda, el desafío mayor están en este libro, pues no hay un crimen para investigar y Black/Banville teje toda la historia usando la fuerza de unos personajes y de unas relaciones entre ellos que no es que sean lo más importante de la novela, es que son la novela. Sin unos personajes tan poderosamente creados, las descripciones, la ambientación serían apenas postizos, endebles columnas sobre las que sustentar más de doscientas páginas de prosa. 
   De entrada, aplaudo la decisión de no arrancar con un crimen y basar la trama en la casi insoslayable investigación subsiguiente. Aunque es una excusa en manos de grandes autores, el recurso es demasiado cómodo, demasiado comercial también: se crea un misterio y se atrapa al lector por el cuello hasta que se le pone delante la desnuda verdad.  Banville apuesta por otro tipo de libro, y eso es muy meritorio. Quizá al lector del tiroteo y la adrenalina enlatada esto le resulte decepcionante. Pero solo si se queda en lo superficial. Aquí hay suspense, hay un misterio, hay un enigma que pide una solución. Solo que Banville le puede a Black y nos ofrece una novela que no es solo negra y es también el análisis de una amistad de café, a primera vista sólida y emotiva, con buenas raíces, pero cuyo fondo es un cúmulo de secretos y de alejamientos mal disimulados. Black carga contra la amistad liviana, despoja a los implicados de excusas y se lanza casi con furia a destrozar lo que en el fondo se ve que solo han sido lugares comunes y choque de egos. Es la mitad de la novela esto, y está expuesto mediante una calma que no es lentitud disfrazada ni lasitud. Se precisa un margen, se precisan escenas y diálogos y algunas idas y venidas para que resulte creíble la aparente unión de los amigos y Black no corre y no corta y no suprime para hacer de la novela algo simplemente esquemático, un guión de cine, defecto en el que incurren muchos otros. Quizá no es propio de la novela negra, podría oponer alguno. Pero ¿es que se han fijado alguna vez unos mandamientos insalvables para escribir novela negra? Ah, y si es así, vamos a decirles a quienes los defienden que están equivocados. Desde Hammett hasta hoy, lo mejor del género está en la superación del propio género. 
   La otra mitad de la novela es una dura crítica contra la familia, nada sorprendente para quien haya leído algún libro anterior de la serie de novelas que Black lleva dedicadas al magnífico personaje del patólogo Quirke. Se intuye y se confirma conforme se avanza en la lectura de la novela que los poderosos y las familias poderosas no le gustan nada a Quirke, a Black. Tampoco los mitos alzados sobre el suelo por manos y ojos y bocas embusteras que quieren darle a la sociedad héroes intocables que definan e imanten y se mantengan encumbrados como dioses humanos. A esto le atiza sin dudar Black, como en lo mejor de la más crítica novela negra, como el mejor de los más afilados cultivadores de la literatura contestataria. No hay nada inquebrantable, se oye decir entre líneas, no hay nada que soporte el escrutinio profundo, y los héroes y los prohombres tienen los pies de barro. Casi nada en una novela de apariencia frágil, de artesano y no de escritor estrella, con mucha comidas y lugares hermosos y caros, con un coche bello y creado para elegidos, con un tono que no es frívolo pero no deja de ser amable en ningún momento, con una prosa de novelista negro, sí, pero también de poeta. 
   Esta es una novela que no pretende ser una obra maestra en ningún momento y que, sin embargo, resplandece en ese espacio extraño en que viven los libros que no engañan, que no son alimento precocinado para lectores precocinados (como diría el admirado Vázquez Montalbán), que son transparentes como una piel clara que permite ver muchas venas fuertes y llenas de vida indomable bajo una delicada piel.


Lectura: Por qué un anarquista sí tiene que votar 
 

Dashiell Hammett: La mujer del rufián

   


   Excelente relato este, tan lleno de ideas y de imágenes sugerentes que no puedo sino afirmar que es de los mejores que he leído. Hammett, como acostumbra, se vale de pocos elementos y describe de manera sucinta, ajustando la acción y las intervenciones del narrador a lo esencial. Pero qué esencia: la propia de la mejor literatura. Las emociones de los personajes tienen que ver poderosamente con los objetos que los rodean, sus pensamientos no salen de la nada sino que brotan de lo íntimo y toman cuerpo intensamente en lo que tienen entre manos, las caras y los gestos son información tan fundamental como la propia existencia de cada uno de ellos, pues los personajes no son una simple creación tomada de un mundo que existe por mor de un azar inexplicado ni domesticado para el buen disfrute del lector acomodado e indiferente. El orgullo es el tema del relato, y Hammett pretende no explicitar más que lo imprescindible, no apuntar sino vías de conocimiento y de meditación, de una manera muy respetuosa con el que lee, a quien no se subestima ni se le predica. Con pequeñas obras maestras como esta -del género negro, sin ninguna duda, y con una destacada adjetivación, un uso del encadenado sobresaliente y una belleza en las comparaciones arrasadora-, Hammett dejó bien claro que fue uno de los más valiosos y necesarios escritores del pasado siglo, un clásico inmortal.