Stieg Larsson: Los hombres que no amaban a la mujeres

   


   Larsson supo urdir una buena historia y la contó de una manera directa, sin apenas adjetivos ni adornos que cargaran las frases de belleza o de argumentos para la reflexión. Leyendo la novela se comprende que tenía un par de personajes bien definidos y muy bien creados y una trama que iba a enganchar a los lectores y que no buscaba nada más. Tampoco nada menos. Porque hay ambición en esta historia, en estos personajes, sin ninguna duda, y es la de alguien que quiere decir algunas cosas que tiene muy claras y que intuye que merece la pena compartir. Por supuesto, no cambió nada con esta novela si lo observamos desde el punto de vista del filólogo, pero si observamos con nuestros ojos de adictos a la ficción habría que decir, junto con Vargas Llosa, que Lisbeth Salander no es un personaje cualquiera, sino más bien un personaje llamado a ser inmortal. Hay tanta profundización auténtica, no manipulada ni manipuladora, en la caracterización de esta mujer maltratada y solitaria que no cuesta nada suscribir lo dicho por el gran escritor peruano. Salander es un personaje vivo, muy vivo, nada previsible ni etiquetable, nada reductible a cuatro líneas de explicaciones psicológicas ni de índole social. Salander es Millennium, es el logro mayor de Stieg Larsson, es su legado inmarcesible a la posteridad de la literatura. No por sus piercings, tampoco por su fe en la venganza -muy propio de los justicieros de las novelas estadounidenses-, tampoco por sus logros de rebelde y contestataria: lo es por lo que no se entiende de ella, lo que no se dice, lo que solo se intuye, lo que no se sabe si es negro o gris, pozo sin fondo o pozo con cercano fondo. Salander resulta un personaje irrepetible por lo que calla Larsson, por lo que se muestra como en un reojo, por lo que imaginamos que es: porque Larsson nos ha metido dentro de ella, nos ha hecho bucear en ella, ser un rato ella mientras leemos esta novela negra que tiene una investigación muy bien llevada, con sorpresas lógicas y asumibles, que encierra una crítica útil a nuestro tiempo y al capitalismo que nos domina inmisericorde, pero sobre todo a una Lisbeth Salander que, como ocurre con los mejores personajes de la ficción, nos deja visitarla y ser ella sin reducirse ni empaquetarse como mero objeto de adorno, pasa a nuestro recuerdo y a nuestras conversaciones como una referencia tan poderosa y tan real como los quijotes y los sanchos que se mueven por nuestras expresiones habituales y nuestros pensamientos cotidianos.