Beryl Bainbridge: Lo que dijo Harriet




Primera novela de Beryl Bainbridge, Lo que dijo Harriet fue escrita a finales de los 60. Sin embargo, el argumento resultó demasiado desagradable para la sociedad de la época, por lo que no fue publicada hasta 1972, momento en que fue aclamada como una pequeña obra de arte.
Basada en un crimen real que conmocionó a la sociedad británica de la época (el caso Parker-Hulme, retratado por Peter Jackson en su película Criaturas celestiales), Lo que dijo Harriet relata la historia de dos amigas que se reencuentran durante unas vacaciones de verano en una localidad playera. Ambas esconden una relación enfermiza. La narradora, una chica sin nombre, solitaria e introvertida, se deja llevar por la corrosiva influencia de la bella Harriet. Entre las dos pergeñan un plan para seducir al Zar, un hombre mayor e infelizmente casado, y tan fascinante como repulsivo, sin ser conscientes de las catastróficas consecuencias que puede causar su degenerado juego de niñas. Unthriller sobre la crueldad de la infancia y sobre la capacidad del ser humano para manipular y seducir a los demás. Un cóctel molotov sobre la inocencia y la maldad, y un clásico que resulta hoy tan subversivo como cuando se escribió.


   Edita: Impedimenta

Rubem Fonseca: Paseo nocturno




   Hay autores con los que se tiene una gran afinidad aunque no se los frecuente demasiado, aunque se los lea de cuando en cuando. Es el caso de Rubem Fonseca y el que suscribe. Este relato, que acabo de leer, es pariente de uno que escribí hace mucho y está publicado en el libro Almería 66. Paseo nocturno lo escribió en los años setenta del pasado siglo Rubem Fonseca y pertenece al libro Feliz año nuevo. Los dos son duros, cortantes como piedras afiladas, están despojados de todo lo innecesario y resultan seguramente crueles, aunque está matizada la crueldad por la narración en primera persona y una falta absoluta de regocijo en lo morboso. Son como una breve crónica, un acercamiento a la mente de alguien a quien diríamos a primera vista que es dominado por el mal. Pero la intención va más allá: late el elemento social, el inconformismo, la desazón de saber que la violencia anida cerca y es a veces producto de la frustración causada por una sociedad injusta y muy estratificada. Son relatos negros, claro que sí, y son a la vez relatos vigorososos de denuncia. El de Rubem Fonseca es una obra maestra, el mío una minucia no del todo incómoda. Que se parezcan solo me beneficia a mí.

Ramón J. Sender: Imán

   



   Imán es sin duda una de las mejores novelas que he leído, una de las más sinceras, quizá la más inolvidable de todas. Desde la primera línea me quedé atrapado por su estilo directo, exento de florituras pegajosas y falseadoras, por su contenida plasmación en secuencias cortas, proclives al dibujo breve y revelador de una situación o de un personaje, y puedo decir que ese estilo y esa secuencialidad pasaron a formar parte desde la primer lectura de mi manera de entender la narrativa propia, de abordarla, de sentirla y de plasmarla (también Vázquez Montalbán y el Julio Llamazares de Luna de lobos tuvieron mucho que ver). Admiro sin reservas todas y cada una de las páginas de esta intensísima novela, que sin miedo diré que me parece una de las ocho o diez mejores de la narrativa española del pasado siglo. Y lo afirmo porque este relato de guerra y de seres rotos no se despeña jamás por el lugar común, es valiente como pocos denunciando y señalando a quien se denuncia, porque es una historia que nació libre y aún hoy nadie ha domesticado ni llevado a ningún chiquero: es la novela de un autor libre y entregado a la consignación de lo vivido y lo visto en una guerra cuyo fin es -como en la de todas- la muerte del débil y el juego de fichas del poderoso. Sí, es la novela de quien no tiene ataduras, de quien levanta una crónica poderosa e indestructible para generaciones venideras porque se siente obligado a decir su verdad y, de paso, lo dice todo con palabra cierta, irreductible, con palabra libertaria a la que no cabe echarle el lazo para atarla ni doblegarla. 
   Pero es que, además, Imán no es solo una novela de prosa depurada, de un solo tono: hay aquí inteligentes adjetivos; ocasionales ritmos con palabras que se repiten, muy afines a la mejor poesía; monólogos interiores de hondo calado; diálogos vivos y muy creíbles; una estructura sencilla y sapientísima; y una inusual narración en presente de indicativo que poquísimas veces ha lucido tan vibrante y cercana, tan comunicativa y tan brillantemente narrativa. Aunque fue escrita por un joven menor de treinta años, aunque contaba lo que había visto y padecido, aunque hubiera una primera intención, por encima de todo, de crónica verdadera, el texto resultante no puedo por menos de afirmar que es un monumento novelístico, de joven genio de las letras sin edad y hasta sin conciencia de qué había parido: un hito en las letras españolas, en las letras universales. Porque Sender resuelve todos los escollos de manera magistral: vigoriza el paisaje por el que se mueve Viance, el sufrido soldado inmersos en la guerra de Marruecos, con cuatro destellos arrancados al mejor Balzac; se adentra en las batallas con la equilibradísima mirada de horror y de familiaridad con la muerte del mejor Tolstói; ausculta los temores y los recuerdos sustentadores de Viance como el mejor Dostoievski. Y aunque la novela tiene un solo tema, aunque el campo de batalla es el escenario fundamental, nunca nuestra percepción se ve embotada ni presa del quietismo: aquí todo avanza, todo lleva a la siguiente acción, todo se hilvana con un rigor y una lógica elementales y sapientísimas que convierten al lector no en un observador de la miseria ajena, sino en un compañero de fatigas, un compañero de marcha y de lucha, de sorpresas y de gratos reencuentros, de un deseo de huida o de fin que no sea a los pies de la muerte. Son pocas las ocasiones en que el lector podrá entender plenamente qué es una guerra desde dentro de manera tan cabal, sin que el autor se haya torcido por el lado de la violencia gratuita o de la emoción dirigida con un propósito espurio. Se denuncian las atrocidades de la guerra, pero sin el espectáculo gratuito y de doble rasero moral de tantas historias urdidas en la actualidad, ya sean para el papel o para la pantalla. Viance sufre y se cuenta su sufrimiento, pero no hay en Imán ni un gramo de más de actos violentos, de enfrentamientos de sangre, de muerte vulgarizada. Insisto: es una obra mayor de un autor al que Rafael Conte consideraba uno de los tres más grandes novelistas del siglo pasado en España. Es una novela magistral página tras página, una de esa novelas que abres no importa por dónde y siempre ofrece alta literatura, humanidad a raudales, sinceridad a manos llenas, un pasaje hipnótico o una imagen que prende en ti de inmediato. Una novela para leer y releer durante toda una vida.  
   Imán es, sin duda, una novela a la que le debo mucho, de la que me siento feliz deudor y eterno aprendiz. Uno de los libros más perfectos a los que he tenido la oportunidad de acercarme. Uno de los inmortales, que diría mi admirado Conte: uno de esos libros que solo con haber leído justifican y dan fuerza y sentido a esta aventura solitaria de leer y de creer en la valía de lo que viven los otros, esos que están tan cerca y sin los que nada valdría la pena.  

Alejo Carpentier: Los pasos perdidos





   Después de 56 años de su primera edición, Los pasos perdidos, la extraordinaria obra de Alejo Carpentier, continúa siendo un clásico de la literatura hispanoamericana. Todavía hoy despierta el interés de los lectores porque, desde sus primeras páginas, reúne todos los elementos de una gran obra. Nos hallamos ante una gran aventura, la aventura del viaje a lo desconocido, en las profundidades de una selva como la amazónica hasta un poblado primitivo. Para alcanzarlo se necesitaron sólo unas pocas semanas. No obstante, parece que han transcurrido cientos, miles de años porque, al viajar, se ha desandado en el tiempo, hasta el punto que, al final del periplo, nos encontramos con el ser humano en su estado primigenio, cuando comenzaba sólo a nombrar las cosas. Quien realiza este viaje es un hombre amargado, enajenado, procedente de la civilización más adelantada tecnológicamente y, al mismo tiempo, más implacable y destructora espiritualmente. Nuestro protagonista tendrá que decidir si quiere permanecer en un mundo primitivo, carente de bienes materiales pero donde ha encontrado la felicidad, o retornar a la civilización donde es infeliz aunque posea «todo». Difícil dilema que puede ser el de cualquiera de nosotros. En resumen, Los pasos perdidos constituye una profunda reflexión sobre el mundo de la modernidad y la situación en la que vive el ser humano, todo ello dibujado a través de lo real maravilloso y de un lenguaje barroco que Carpentier, como nadie, llevó hasta sus últimas consecuencias; en definitiva, una obra maestra de la literatura. 


   Edita: Akal

Dennis Lehane: Un trago antes de la guerra

   


   Seguramente, Dennis Lehane es el único autor al que leo sin incomodidad cuando en sus novelas me topo con muchas páginas de tiroteos, de violencia: porque sé que no es gratuita, que tiene un sentido dramático, necesario para la trama y la comprensión de la historia que se narra. Lehane no abusa de la violencia, no se recrea en ella, y él mismo ha confesado una de sus principlaes influencias es Shakespeare. La violencia es algo común en algunos lugares, es una palabra, una frase, un gesto habitual en los habitantes de algunas ciudades. Y Lehane lo recoge y lo plasma en libros como este, Un trago antes de la guerra, que se presentan duros y directos, sin concesiones, pero también con mucha sensibilidad y mucho sentido detrás de lo que se cuenta y de cómo se cuenta. 
   Lehane es uno de los grandes de la narrativa negra actual. Pocos libros pueden compararse a Desapareció una noche, excelente novela que plantea problemas morales con difíciles soluciones, que surgen sin manipulación emocional y sin excusas que eviten al lector enfrentarse a dilemas que están en la base deformada de nuestra borrosa sociedad del espectáculo y de las apariencias. Con Un trago antes de la guerra inició la serie de Kenzie y Gennaro, los detectives privados de Boston, y no pudo hacerlo mejor: un trago hondo y que deja buen sabor. Con las ideas muy claras -como pocos en el género, tan abierto a los paseantes y a los buscadores de fortuna-, con un afán evidente de abordar temas crudos y que requieren de un pulso firme y de una mente atrevida, Lehane encaja a sus detectives en una historia de mucha violencia con bandas urbanas que libran una lucha a muerte, con maltratadores que destrozan a sus familiares sin miramientos, con políticos que tienen mucho que ocultar, y los zarandea, los acerca a los golpes, permite que metan sus almas en rincones quemados de los que solo se puede salir con dolorosas e inocultables quemaduras.
   Con una estructura sencilla, sin grandes enigmas que develar, sin acogerse a esquemas previos -marchando como los grandes escritores acostumbran: no paran hasta llegar a la última gota de sudor y al último rictus-, sin abusar de caracterizaciones psicológicas que pueden acabar mostrando un ropaje de cartón piedra, comprometiéndose con los débiles y los humillados, de una manera muy natural Lehane nos va llevando a escenarios que los lectores cómodos no conocemos, pero no nos horroriza, no nos castiga por nuestro alejamiento físico y espiritual, ya que una recia y arraigada capacidad de comprensión y una sutil, nada pringosa piedad se deslizan por toda la novela junto a los hechos más violentos como en una vía paralela y absolutamente compensada y equilibradora que ofrece oxígeno, sentimientos positivos-dudas saludables-, un poderoso aroma a honestidad y una congruente relajación al final del sufrido camino de los personajes investigadores y protagonistas de esta valiosa primera entrega de una serie inolvidable que dio después cinco afortunados frutos más