Stieg Larsson: Los hombres que no amaban a la mujeres

   


   Larsson supo urdir una buena historia y la contó de una manera directa, sin apenas adjetivos ni adornos que cargaran las frases de belleza o de argumentos para la reflexión. Leyendo la novela se comprende que tenía un par de personajes bien definidos y muy bien creados y una trama que iba a enganchar a los lectores y que no buscaba nada más. Tampoco nada menos. Porque hay ambición en esta historia, en estos personajes, sin ninguna duda, y es la de alguien que quiere decir algunas cosas que tiene muy claras y que intuye que merece la pena compartir. Por supuesto, no cambió nada con esta novela si lo observamos desde el punto de vista del filólogo, pero si observamos con nuestros ojos de adictos a la ficción habría que decir, junto con Vargas Llosa, que Lisbeth Salander no es un personaje cualquiera, sino más bien un personaje llamado a ser inmortal. Hay tanta profundización auténtica, no manipulada ni manipuladora, en la caracterización de esta mujer maltratada y solitaria que no cuesta nada suscribir lo dicho por el gran escritor peruano. Salander es un personaje vivo, muy vivo, nada previsible ni etiquetable, nada reductible a cuatro líneas de explicaciones psicológicas ni de índole social. Salander es Millennium, es el logro mayor de Stieg Larsson, es su legado inmarcesible a la posteridad de la literatura. No por sus piercings, tampoco por su fe en la venganza -muy propio de los justicieros de las novelas estadounidenses-, tampoco por sus logros de rebelde y contestataria: lo es por lo que no se entiende de ella, lo que no se dice, lo que solo se intuye, lo que no se sabe si es negro o gris, pozo sin fondo o pozo con cercano fondo. Salander resulta un personaje irrepetible por lo que calla Larsson, por lo que se muestra como en un reojo, por lo que imaginamos que es: porque Larsson nos ha metido dentro de ella, nos ha hecho bucear en ella, ser un rato ella mientras leemos esta novela negra que tiene una investigación muy bien llevada, con sorpresas lógicas y asumibles, que encierra una crítica útil a nuestro tiempo y al capitalismo que nos domina inmisericorde, pero sobre todo a una Lisbeth Salander que, como ocurre con los mejores personajes de la ficción, nos deja visitarla y ser ella sin reducirse ni empaquetarse como mero objeto de adorno, pasa a nuestro recuerdo y a nuestras conversaciones como una referencia tan poderosa y tan real como los quijotes y los sanchos que se mueven por nuestras expresiones habituales y nuestros pensamientos cotidianos. 

Jorge Riechmann: Autoconstrucción


 

   

   La cultura predominante desprecia profundamente las ventajas de los vínculos colectivos y los valores comunes para hacer frente a los asuntos que son de todos y cada uno. Sois libres, nos dicen, porque podéis acumular ilimitadamente bienes materiales, aunque eso suponga el sufrimiento de otros seres humanos y el colapso del planeta. Hoy son muchas las personas que se plantean la necesidad de llevar a cabo un cambio cultural, que no desean simplemente plegarse a los mecanismos que nuestra sociedad —toda sociedad— tiene ya dispuestos para ahormarnos; también son muchas las que se sienten impotentes ante las dificultades que obstaculizan esa transformación. Para todas ellas está dedicado este libro. Porque a diferencia de, por ejemplo, los chimpancés, los seres humanos tienen muchas opciones de modificar reflexivamente su conducta, de ahí que Jorge Riechmann nos muestre algunas de las rutas para emprender el camino de una autoconstrucción crítica, tanto personal como colectiva. ¿Quiere esto decir que quienes quieren cambiar los estándares culturales del consumo conspicuo estén en contra de los placeres en la vida cotidiana? No; están en contra de la desigualdad y, por lo tanto, contra aquellos refinamientos y placeres que se compran a costa del padecimiento de otros. Por eso, este libro se interroga por algunas dimensiones culturales de esa posible transformación y desemboca en propuestas como las ecosofías, el descentramiento del ego y la militancia de la alegría.


Ignacio del Valle: Soles negros

   


   Con Soles negros, Ignacio del Valle se ha puesto al frente de la mejor narrativa negra española. Carece esta de autores con buena prosa y con un estilo literario de alta calidad, pues aún se opta por apostarlo todo al número Hammett o a la liviandad disfrazada en tono ameno. Así, se invierte mucho tiempo en preparar las tramas y se descuida aún más en redactar y decir bien, pese a que toda novela debe cuidar de la misma manera lo que se cuenta y cómo se cuenta. Lorenzo Silva está a veces cerca de conjugar todo lo bueno en una sola cosa, Eugenio Fuentes es cada vez mejor escritor y no tan buen novelista, Juan Madrid y Andreu Martín son maestros con voz propia e indiscutible, Vázquez Montalbán siempre será el referente porque nadie ha mostrado antes ni después tanta clarividencia. Ignacio del Valle se suma a este grupo exquisito, al de la primera división de nuestra novelística negra. Y lo hace porque es un escritor de un gran talento, que narra con las mejores armas de la mejor literatura, con versatilidad y con la limpieza y el entusiasmo que reclama la novela negra de aquí y de ahora que no es epigonal ni mero pasatiempo.
   Soles negros se asoma a la cima en la que brillan Los mares del Sur, El inocente, con una escritura de más largo aliento, más literaria y más impregnada de la belleza que aporta el conocimiento de las otras grandes obras, las que no son negras y sí son también alimento para las almas más soñadoras y a la vez más terrestres, más exploradoras. Del Valle escribe muy bien, y me atrevería a decir que en el futuro será unos de los mejores escritores de nuestro país, una referencia, a poco que siga siendo humilde y atrevido, fiel a lo que sabe e inconformista con esto mismo. Las partes dedicadas a la sufriente narración de una niña son de lo mejor que he leído últimamente, dentro y fuera del género. Hay muchas páginas, frases, meditaciones de arrebatadora calidad en Soles negros, una alegría literaria para el lector atento que no suele darse habitualmente en este reino del menos es más por no confesar que nada más puede sumarse, mostrarse. Y su autor es alguien que no intenta vivir del cuento, de la repetición, de la fórmula, que no retuerce el trapo a ver si cae alguna gota más de lo ya probado y tirado y recogido después. No lo digo solo por ambientar la novela en la España de la posguerra, sino por su fino oído y su fina sensibilidad para hablar de lo que todos tenemos delante, de lo que cualquiera puede sentir pero no trasladar con soltura a un papel. La ternura, el odio, la muerte, las luces del día, las interpelaciones a uno mismo aparecen estas páginas manejadas por una mano que no las usa como a piezas fáciles, sometidas, reducidas a un poder cierto y al cabo desdeñoso, sino como a piezas valiosas, a fragmentos con sentido, a vislumbres ciertos y muy comunicativos. Ignacio del Valle, en esta novela negra que tiene quizá más de tragedia en el sentido teatral que de negra en el sentido tradicional, construye con la pericia de los grandes. 
   Pero aquí cabe empezar ya con las objeciones: delimitado el mundo de la novela, habría que pedirle a su creador que escapase de algunos lugares comunes en las caracterizaciones de los personajes, de imágenes demasiado cinematográficas, de diálogos demasiado elevados que no resultan verosímiles, un contrapeso que ahoga la verdad de lo común, el mayor valor de esta historia, que cuando se aleja del mejor realismo se equivoca buscando lo trascendente mediante lo elevado de la palabra. Hay tantas instantáneas relevantes de una época y de unas gentes, de sus pesares, miserias, anhelos y contadas alegrías que parece evidente qué brilla con más fuerza en el texto, qué fuerzas son las más recomendables para el uso de quien está narrando. 
   Notable novela, con apuntes magistrales y cimas sobresalientes, Soles negros es el fruto sólido de un autor que se ha plantado en el centro de lo mejor que la narrativa de ahora puede ofrecer. 

Antonio Lozano: La sombra del minotauro




Las Palmas de Gran Canaria. En su despacho, el detective José García Gago recibe la visita de María Elena y José Miguel Bravo, hijos de un acaudalado empresario de edad avanzada, que ven peligrar su herencia próxima y sustanciosa por la relación que su padre mantiene con una joven dominicana. El asesinato de ésta convertirá sin embargo lo que parecía una investigación anodina en una rocambolesca historia que obligará al detective a asociarse al inspector Márquez, y que conducirá a ambos a través de los laberintos de la actividad mafiosa de la isla, con el análisis satírico de la doble moral de una burguesía rancia y trasnochada como telón de fondo.




Una trama en la mejor tradición del género negro sobre la que, permanentemente, planea la sombra del Minotauro. Y, tal vez, la mejor novela de Antonio Lozano, que fuera ganador de la primera edición del Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona por su celebrada y memorable "El caso Sankara".